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Mostrando entradas de julio, 2011

Limoneros

Tengo el recuerdo de comer bajo limoneros. Era primavera de hace como diez años,  los árboles en flor. Su olor era distintivo del lugar.  Caminé por varios minutos extasiados del olor a azahar y lo fresco de la sombra. Al cabo de unos minutos regresé al lugar de la reunión. Era un huerto y bajo su sombra nos sirvieron pescado frito y asado.Estaba la charla y los guisos en la mesa. Yo regresé por hambre, no por ganas. Por mí hubiera seguido por horas bajo ese olor, suave. Esparcida poesía de aroma.

El robo

Ayer dejé el vidrio abierto del auto. Robaron Masa y poder, de Elías Canetti. Había unos lentes R&B; un reloj y un teléfono celular. Además de la factura del auto en la guantera. Y tomaron sólamente el libro. Hay ladrones cultos. No es una consideración, ni un comportamiento general. Pero al menos uno queda con la idea de que hay quienes a toda costa buscan un libro. Hay un lector que se llevó mi libro de Canetti. Si después de leerlo quiere quedar como héroe de este cuaderno, que me lo entregue.  Va dentro, en la página legal, mi nombre, dirección y teléfono. Y hasta comentaríamos de su contenido para encontrar las causas que movieron al autor a escribir Masa y poder y, a otros, comprarlo y robarlo.  Por cierto lo compré en una librería de viejo en 2009, en el DF.

La carrera

"Corran", dijo el mudo mediante señas. Todos entendimos rápido. había tristeza en las miradas y miedo, sobre todo miedo. En estampida salimos disparados como bala de cañón. Levantamos polvo ya lo lejos se nos miraba como una manada de búfalos. No paramos. Nos impulsaba el temor a lo desconocido, a lo que viene detrás. El mudo, el ciego, el manco venían entre nosotros. Albañiles, carpinteros, profesores, avanzaban de prisa, lo más que podían. Jornaleros, enfermeras, tenderas, proxenetas y políticos. Era de verse. Era de leer en los rostros de la humanidad en la carrera las lecciones de la historia donde quedaron las huellas de la pequeñez del hombre. Después de un buen tiempo (que eran minutos y siglos a la vez) se empezaron a preguntar entre ellos mismos (ellos donde voy yo mismo) sobre el origen y razón de la estampida. Los búfalos nada saben. Y corren atropellándose entre ellos escribiendo entre paréntesis la historia natural de las especies.

Taco

Pedí tacos de ojo. Me preguntaron que si de buey o humano. Escogí de buey. Los de humano son ojos de miedo que han visto guerras, traiciones y genocidios. Me sirvieron al instante un ojo de buey, hermoso, brillante, acompañado de pasto verde como guarnición. Pude ver rápido a través del ojo vacuno de los hermosos campos en primavera y verano, con un verdor propio de paraíso. Estaba en eso cuando le di la primer mordida al taco, sobretodo en la parte de tortilla y yerba, aún no de ojo. Y sentí al instante que este hubo de retraerse unos milímetros, suficientes para escapar de la tarascada. Me asomé a esa parte del taco donde ya se alcanzaba a ver el ojo, refulgente. Miré y me miraba asombrado, tierno, asomado como a un orificio de puerta. Desperté con hambre.

De viejo

Mucho de lo viejo tiene la majestad de lo nuevo. Es la vuelta de siempre, como en la noria. ¿Qué hay luego? Batallar entendiendo el tiempo, transcurrir apenas comprendiendo algunas claves inocentes. Yo andaba por allí de tu mano, por calles, veredas y caminos sinuosos. Y estaba un letrero luminoso: Pase. Y no lo pensamos. Era una señal del azar, para encontrarle motivos al día. Libros, disquillos, alhajeros, maletas, un ajedrez de madera, un gato disecado, una muñeca rusa, una maquinita rosa, para nieve y de palomas, un busto de Lenin, un cuadro del Primer desayuno y La última cena . Yo caminaba despierto, con miedo al pasado, atento a las señales de mi edad. Al fin decidimos los discos para traer los fantasmas amigos en notas de armonía. Luego relajados volvimos al presente.

Dos de dos

Tenía dos gatos, uno murió, el otro se fue. Tenía dos libros, uno construyó el mundo, el otro lo destruyó. Dos amigos, uno era de Mapimí y quedó grabado en un corrido, el otro cruzó por San fernando y hoy está en una tumba sin nombre. Dos amigas, una se fue en la nube la otra desapareció por instinto. También tuve dos árboles, dos cancioneros, dos guitarras y en dos todo lo demás que señalo: tiempos, mascotas, caminos, orígenes, destinos, lápices, piedras, sudarios, retos, religiones, clavos. En fin que siempre tuve que definir mi inclinación por uno u otro, decir una palabra en un sentido u otro. Hay unos que no se enfrentan a decisiones y siguen una ruta sin más, sin el si o no; sin opciones. Entonces andan exultando certezas por todas partes, dueños de sí y del mundo, que les es uno, siempre y en definitiva. Se dan de topes contra la pared, la única que tienen enfrente, y los topen los dan con su cabeza que también es única. Sin más.