Rosas de sal
Vamos, dije. Y fuimos. A la orilla de la playa, contra toda lógica elemental sembramos un rosal. Sin muchos argumentos. Solo la intuición de hacer algo parecido a la imposible. Era bueno el señuelo. Andábamos con el coraje de hacer las cosas diferentes. Todos reían. Locos esos por inventar el agua tibia. Y dimos calor al rosal. Un poco de arena le juntamos. Y una sombrilla rota para que le dejara entrar unos rayos de sol. Y unos clavos enterrados, para la buena suerte. La cercamos con madera. Y esperamos pacientes sus nuevas hojas. Y llegaron. Como la esperanza con paciencia bien fundada. Y aparecieron los botones. Y luego abrieron poco a poco. Unas bellas hermosas rosas de sal. Desde entonces todos quedan admirados. Y otros más. Con terrones de miel y azúcar. Rosas en el mar, quién lo diría. Y ahora sí, a despertar.
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