Fantasmas sumisos y muerte

Los perros  fantasmas, grabados en nosotros, acurrucados en la parte abisal del silencio, en la oscuridad de la sinrazón, plenos, mostrando los dientes, pretenden aferrarse a nuestro cuello, cerradas las mandíbulas como torniquete afilado. En ese momento, decir con palabras ásperas y rijosas: ¡abracadabra, a chingar su madre la vía láctea!. Y vendrá la calma, el sosiego, la tranquilidad. Recordad que pesa más la milenaria tradición del miedo adquirido, que la razón escudriñada en las partes luminosas de la mente. En el fondo somo polvo sinuoso que contiene atavismos endulcoradas por la cultura de la horda moderna.
La muerte me sople palabras sensuales al oído, y yo saque a bailar a la sumisa. Mi vida no viene garantizada. Por eso  le echo un cinco a la rocola. Y a levantar polvo.

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