Quince años

¡Que barbaridad! ¡Desconsiderado! ¡Mal padre! ¡!Maldito! ¡!Tacaño! "¿Cómo no hacerle la fiesta de quince años a la más chica? Si se las hizo a las otras cinco."  Llovían los epítetos contra el padre de las seis muchachas. Porque había decidido no ceder ante las presiones de los familiares y amigos para celebrar los quince años de la hija más chica. Ya se había resistido cuando la primera, la mayor. No tenía dinero. O tenía poco. Quizá una fiesta pequeña, entre familiares y amigos, dijo.  Había dicho que no. Pero cedió a las presiones. Y acudió al banco. Sacó un préstamo. Considerable. Así que todos contentos porque con la fiesta "echó la casa por la ventana". Hubo de todo. Música en vivo. Comida hasta para llevar. Y regalitos a los invitados. Quienes ni sabían de dónde salió el dinero. Y como quiera criticaron la comida. El regalito que era barato. Y la música no les gustó a todos. Dos años después ´cumpliría sus quince años la segunda. Lo mismo, el padre se resistió. Aún seguía pagando el préstamo bancario de la fiesta de la primogénita. Le dijeron los mismos argumentos. Solo se cumplen quince años una vez en la vida. No seas así. Si ya se la hiciste a la primera. Todo eso le argumentaban para convencerlo, los tíos y primos y hasta los vecinos. Finalmente vencido acudió de nuevo al banco para solicitar otro préstamo. Y se lo dieron. Al fin que era buena paga. Y estampó su firma en los pagarés. Y hubo otra gran fiesta. La casa por la ventana: música en vivo, comida de todo tipo, gran salón, edecanes y meseros, maestro de ceremonias importado. Pasada la fiesta, analizaba la deuda. Y el pago de intereses, y el pago del capital sumado de los dos préstamos. Y a los dos años lo mismo, con la tercer hija. Y lo mismo sucumbió ante los argumentos. Y otro préstamo: la casa por la ventana, lindo el vestido con modisto de la capital, comida preparada por chefs  franceses. Y a los dos años la cuarta hija, se repite la historia, y a los dos años de nuevo con la quinta hija. ¡Cinco préstamos acumulados! El pago de capital en cero. Y los intereses sumados altos. La catástrofe económica familiar. Y venían los quince años de la sexta hija. Y de nuevo los argumentos. Y finalmente decide no hacer nada. ¡Pero es la más chica y la última! Que no, fue su respuesta. Y de allí le llovieron los epítetos del inicio del cuento. ¡Ávaro! ¡Desconsiderado! ¡Mal padre! Todo ello en gritos y pancartas. Y empezaron las manifestaciones de familiares para que el padre se endeudara de nuevo con el banco.

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