El vuelo de Agustín
Agustín tomó un fierro. Luego otros. Tenía ya bastantes junto con tuercas y alambres. Y miraba pedestre a su alrededor en rutinario movimiento. Hay algo más, se decía a sí mismo Agustín. Algo más en la existencia debe haber. Y cavilaba entre delirios y suspiros. Voy a volar. A diferencia de los demás. Para eso perdió el movimiento de sus piernas. Y día tras días empezó a construir como Noé la barca, él un helicóptero. Todos a su alrededor se reían. Lo señalaban de orate. Y él seguía en su empeño como motivo de vida. Su armatoste se iba armando cada vez en una mezcla de poleas rudimentaria con cadenas de bicicleta y ruedas. Ni Ícaro. Ni sueños de mariposa. Pasaron los años. Decir cincuenta es arbitrario. Para los sueños no hay edad. Y Agustín cumplió su sueño. Desde lo alto los mira a todos. Va sentado con gallardía en la parte delantera de su helicóptero. Ha pasado ya la vía láctea. Sus vecinos y familiares no se dieron cuenta. Que la vida es un sueño. Y allí estaba bien instalado el sueño de Agustín. Va de estrella en estrella. Raudo. Y feliz.
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