La esperanza

Le hicieron la existencia difícil el ego, la vanidad y la envidia. Aún así se mantenía vigente en los textos de historia y en los de civismo. A veces era programada para recitar un poema o decir las palabras de bienvenida y, certera, decía lo necesario para motivar a los ausentes, a los explotados, a los caídos. Allí el odio trataba de cerrarle la puerta.
Un buen día llegaron los adoradores del becerro de oro y dibujaron e impusieron una nueva linea de acceso a la vida. Comieron monedas y defecaron armas, escribieron poemas de alabanza a las armas, sembraron arbolitos de armas e impusieron una nueva forma de ver el  mundo.
Ese día amanecieron millones de peces y pájaros muertos. Las niñas se prostituían en las iglesias. Y en los mercados públicas vendían gusanos y agua fresca de boñiga.
La esperanza ha sido desterrada pero no ha muerto.

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