Hay sabores

Mi lengua, como sable o pluma, bifurca sus actos entre las palabras y los fulgores del sabor. Así, tránsfuga de lo diario, se va de lo rudimentario a lo excelso. El agrio del limonero, la baba del ostión, el elixir de los dioses y hombres, el agridulce de la fresa, el picante de la vida, y las chispas que refulgen en el yo. No todo en la vida es miel, y a veces viene el sabor a cobre. Es entonces que la memoria manda las señales de lo dulce, para valorar lo que saboreamos en las tardes de lluvia o en los días de sol, cuando las risas y los cuentos. ¿Habrá sabores de miradas? ¿A qué sabrá la nostalgia, la melancolía y el hastío?

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