Para mis maestros


Recuerdo a un maestro anciano con zapatos de hoyos en las suelas y con corazón más noble que un pan; recuerdo a un flamante encantador con acordeón y visera; a un genio de la camaradería que hacía bimbombam con las palabras; a un genio de los números que en los recesos jugaba basquetbol; a uno que, gigante, leyó en graduación el poema Sí, de Kipling; a una que me enseñó taquimecanografía; a otra con la que aprendí a escribir cartas de amor en inglés; el que en el laboratorio hacía fuentes con hidrógeno y magnesio; el que nos enseñó a abrir el corazón de un vacuno; el que nos enseñó a hacer fuego sin cerillos; el que nos enseñó a volar cometas; el de teatro que hacía una obra de arte en cada clase; la que con yeso en brazo llegaba siempre sonriente a impartir sus clases.

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