Inteligencia en llamas

  1. Llévale mi texto, dile que no tengo más. No es poca cosa. Soy yo. Dáselo. Ya habrá oportunidad que lo rescate, para escribir otros. Ya sabes cómo es esto. Mientras, llévale mi texto. Ella, que es lectora, sabrá valorarlo. Lo sé. Ah, y no olvides el ramo de flores. Llévale mi texto y flores.
  2. Inteligencia en llamas
    Antonio Solís Calvillo*
    Supe de Octavio Paz (Mixcoac, Ciudad de México 1914- Coyoacán ibid 1998) en la adolescencia cuando un compañero de la escuela Normal, a finales de los años 70s, me habló con encendido entusiasmo sobre El laberinto de la soledad (1950), uno de los libros distintivos de Paz. Andábamos como adolescentes inmersos en sueños de filosofía, lecturas sobre revoluciones, conociendo el realismo
    mágico, leyendo la revista Proceso y los “para principiantes” de Rius.

    Y precisamente por ello, el que mi compañero normalista, Ubaldo Bogar Reyes, poeta, me hablara con brillo en la mirada sobre ese amplio ensayo en el que Octavio Paz deslumbra sobre las razones de nuestro ser en la cultura americana del sur, y especialmente sobre los mexicanos, hizo que me asomara por una rendija a su vasta obra, siendo en ese momento una obra árida, fría, no tanto por la obra misma, sino por la ruta de lectura que traíamos como adolescentes. Así que el trabajo de Octavio Paz siempre quedó entre los pendientes por leer.

    Mi encuentro con su lectura

    No fue sino hasta 1990 que recibe el premio Nobel de Literatura cuando volvió a llamarme la atención, sobre qué razones habría para que tuviera reconocimientos internacionales de todo calibre, incluyendo la más alta presea de la literatura como lo es el Nobel. Así pude saber entonces que no solo era un poeta mexicano de los más grandes.

    Sino que su obra era y es de tal majestuosidad que lo mismo contemplaba poesía, como ensayo literario y político, crónica, memoria, reflexión crítica.

    Y que era ante todo un intelectual de gran talla, un mexicano universal. Pero algo nos contenía en nuestro límite del entusiasmo juvenil aun así para que no abriéramos los brazos y entregarnos a su lectura. Octavio Paz había fijado una posición política que lo confrontaba con un sector de los intelectuales latinoamericanos.

    Así mientras ese sector que se le oponía lo consideraba defensor del estatus quo capitalista, y sus opositores entusiasmados defendían a diestra y siniestra la revolución cubana, Paz estaba decidido y encendido a combatir de frente a esa política estalinista que llevaba a sus gobiernos a pregonar igualdad (de a cada quien según su trabajo, etcétera) mientras sus poblaciones vivían en condiciones de miseria
    y hambre. Y este era el mejor argumento: los integrantes de la nomenklatura en esos países vivían como reyes.

    La caída del Muro de Berlín literalmente, en 1989, y lo que significaba como el “fuera máscara” de los gobiernos mal llamados socialistas, pareció darle la razón plena a Octavio Paz sobre sus detractores. Y fue hasta entonces que Paz enfocó sus opiniones de manera directa a criticar el modo de producción capitalista y sus amplias contradicciones: un libre mercado que incluía consumismo, el deterioro del planeta en esa irracional búsqueda de ganancia, mayor pobreza, deterioro de lo humano, etcétera.

    De pensamiento incisivo

    Nuestro homenajeado nunca midió sus palabras cada una de ellas siempre fueron claras y certeras, tal y como sucedió con Fernando Del Paso (Ciudad de México 1935), Paz había afirmado parafraseando a Alfonso Reyes que “los latinoamericanos somos los comensales no invitados que se han colado por la puerta trasera de Occidente, los intrusos que han llegado al banquete de la modernidad cuando las luces estaban por apagarse…”.

    Y Fernando del Paso asumió tal afirmación como agravio y respondió como sabía hacerlo. Hizo el recuento de las aportaciones de la cultura latina en el proceso civilizatorio de la humanidad, incluyendo ciencia, literatura, arte en general.

    No somos invitados. Pero no necesitamos invitación a ningún banquete porque tenemos nuestra propia fiesta, habría dicho Del Paso En fin que Octavio Paz, su inteligencia festiva y grande, su luz, encendió el pebetero de la polémica internacional, en un diálogo permanente, para obligarnos a pensar en grande, a lo grande, tanto en la reflexión sobre nuestro origen y destino, como en la creación de la obra misma. Bienaventurado Octavio Paz, “inteligencia en llamas”, en el centenario de su nacimiento.

    Paz y Monsivais, dos posiciones antagónicas

    Octavio Paz fue esencialmente polémico. Así se recuerda su memorable intercambio fuerte de opiniones con Carlos Monsiváis (Cd de México, 1938-2010). Dos monstruos de la inteligencia mexicana en un debate cruzado, en el que saltaban chispas. Dos posiciones públicas antagónicas, dos visiones del mundo: el refinamiento inteligente de Paz y el amor a lo inteligente en lo popular de Monsiváis.

    La reflexión sobre el individuo y la sociedad, de Paz y la crónica de los días sobre el individuo en su oficio y beneficio, incluyendo sus festividades y alegrías, de Monsiváis. En el intercambio de calificativos Paz le llama “ocurrente”. “Boticario”, le responde Monsiváis.

    *(H. Matamoros, Tam,1959) Escritor y maestro. Actualmente es el Director del IV Comité región Sur Sureste de la Conalmex-Unesc

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