No conozco, dijo Fafo.


Fafo es oriundo y residente del municipio de Emiliano Zapata, Tabasco. Casado por las tres leyes. Su esposa, afecta a jugar Canasta, escucha de sus amigas que su diligente marido la engaña. “Con quién crees, amiga?”.
Allí se entera que la engañan con su ayudante doméstica. Le dan detalles de lugares y momentos cuando se encuentran ambos, amorosos, pasionales. Ella se muerde los labios y calla, sigue jugando a las cartas, como si nada y, en su interior,  decide que al día siguiente correrá a su ayudanta.
Así lo hace, sin explicaciones ni gratificación por la antigüedad en el trabajo. Al preguntarle Fafo la razón de tal hecho, la respuesta es directa y súbita: “no te hagas tonto, porque es tu amante”. Fafo se sonroja pero no pierde el aplomo. “Claro que no, que pendejo te lo encontraste”, responde. “Ni ando con ella ni lo volvería hacer”, dice, haciéndose el indignado.
Pasan los días. Se amontona la ropa sucia; el patio tiene más basura por las hojas de otoño que caen y de las que arrastra el viento; los platos apestan con restos de comida; los baños sucios. Total que cada día que pasa se extraña el trabajo de la también diligente mujer, joven, rolliza, saludable, que realizaba el pesado quehacer doméstico.
Un día la mujer le dice  al esposo: “Fafo… necesitamos a alguien que nos ayude con el quehacer”. Fafo, socarrón, la escucha y tiene lista la respuesta: “tú tienes la culpa, tú la corriste, ahora te aguantas y ya vas empezando con el quehacer”. La mujer le dice que la lleve a la casa de su exayudanta, para que regrese a hacer el pesado trabajo de casa.
“Llévame a su casa, para pedirle que vuelva”, le dice suplicante a Fafo. Este le contesta que no sabe dónde vive. “No te hagas, tú sabes, esposo mío”.
Y es allí cuando Fafo expresa el dicho por el que se le conoce popularmente en Tabasco: “no conozco, no conozco y no conozco”.
De dichos, bien dichos

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