Cerca de la.muerte 2
Otra ocasión que la muerte vino a hablarme coqueta al oído fue en un regreso de Mérida a Villahermosa. Esa mañana en la ciudad blanca me levanté temprano, era sábado. Desayuné con modalidad buffet en el hotel. La cocina yucateca es reconocida por lo sabroso con base a condimento y grasa. Cochinita en pibil y guisado negro, entro otros. Y sabiendo que tardaría en volver a Mérida ingerí alimento de más. Luego el vuelo en un avioncito como de juguete. Era para diez pasajeros. Y yo en el primer asiento veía las maniobras del piloto, incluso al comerse un gansito.
El caso es que llegué a Villahermosa. Pasaron por mí. Andaba tan cansado, no recuerdo si me desvelé, que al llegar a casa me quedé dormido en la sala. No pasaron ni diez minutos cuando me despertó mi hija asustada porque mi barriga se movía abrupta. Yo desperté y no estaba respirando. Mi hija daba gritos como de fallecimiento inminente. Yo le hacía señas que se mantuviera tranquila. Tengo cierta capacidad de aguante pulmonar como de minuto veinte. Di unos saltos. Nada. Luego en dos ocasiones golpeé mi espalda contra una pared, ni tan suave ni tan fuerte. El caso es que se activaron de nuevo los pulmones. La muerte me susurró al oído: guapo, tienes mucho qué hacer aún, deudas por pagar, promesas por cumplir, textos por corregir.
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