La muerte 3
La tercera vez que me susurró la muerte querendona al oído y que afortunadamente no fue la vencida. Fue una mañanita, de esas en las que me levantaba temprano, salía hacer ejercicio y regresaba directo a darme un baño, luego iba a la cocina a prepararme un magno licuado de fresas, manzana, granola y leche. Excelente me caía a mi estómago y ánimo. Reponía fuerza para acometer el día con buen ánimo y sonrisas de oreja a oreja. La medida del licuado era el vaso de la licuadora a tres cuartos. Y fanfarrón por el aguante en los pulmones de un minuto y veinte segundos sin respirar, lo tomaba directo del vaso de la licua. Y lo tomaba en varios tragos, reitero, sin respirar. Cuando en esta ocasión vi que la granola estaba en asiento del vaso, sin quitarlo de la inclinación hacia mi boca le dí de gilpes en su base para que se moviera la granola y esta saltó y se hizo un tapón en mi garganta. De tal manera que se tapó la posibilidad de resoirar. Y yo ya tenía consumido mínimo un minuto del aguante respiratorio. Mi hija estaba acostada en la sala. Así que me dije calma. Y empecé a toser despacito para que ella no se diera cuenta. Pero sí, se levantó angustiada gritando. ¡"Mi papá se está ahogando!" Entonces decidí toser lo más fuerte posible aunque se escuchara en toda la colonia. E hizo efecto. Y salió una gran parte del tapón. Me salía granola con leche por boca y nariz. Empecé respirar muy poquito. Y luego la segunda tosida. Y salió otro tanto. Casi hasta por los ojos. Y la muerte me dijo coqueta, sonriendo, al oído: sigue, guapo. Te quedan algunas cosas aún por hacer, libros por regalar, por escribir, serenatas por dar. Y aquí sigo.
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