Mi padre

Mi padre, Don Juan Solís Romero, era un rojo de piel y delgado. Alto. Y usaba sombrero.  Además de noble, era buen tipo. Disfrutaba su día en tres momentos:  en el café La jarochita del centro de la ciudad antes de irse a trabajar; el trabajo mismo entre pasto, flores y árboles frutales; y por las tardes en la casa entre leer periódico, algún trabajito sencillo casero y platicar entre todos. Orignario de San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, hijo de Primitiva y Bernardino, llegó a la frontera en los años cincuenta del siglo pasado. Ya casado llegó y con dos hijos. Dos más habían fallecido de meses. Cruzó la frontera con familia y mas de diez veces lo regresaron. Hasta que por fin se quedó en la orilla del río Bravo con la nostalgia punzante de querer volver  "su tierra". A donde iba cada año a visitar a sus hermanas y hermanos henchido de gusto por estar con su familia de origen. Cuando se enojaba su expresión era: pero un día de estos me voy a regresar a mi tierra. Y cuando algo le salía mal se le salía una palabrota disfrazada: chimpiotes. Cuando vivía a la orilla del río como muchas familias trabajaba con Doña Carmen Jiménez, en al colonia Álvaro Obregón. Mantenimiento de jardín. Y a través de la recomendación de Doña Carmen fue ampliando su plantilla de patrones hasta llegar a unos cincuenta entre jardines chicos, medianos y grandes. Allí era mi destino en vacaciones. Le llevaba el lonche  y me quedaba a trabajar con él. Todo el año ahorraba para ir a su tierra. En diciembre recibía regalos de sus patrones. Camisas, relojes, playeras, etcétera. Cuando murió mi madre, los vecinos pensaban que era mi padre el fallecido en 2001. Porque era a él que días antes habían operado de la próstata. Entonces llegaban a dar el pésame por Don Juanito. Y al entrar lo veían a él sentado en silla de ruedas (porque estaba recién operado), en un rincón, muy calladito. Finalmente él falleció el 13 de abril de 2016 en un accidente de tránsito. Tenía de edad 88 años. Caminaba bien. Salía a visitar -y desayunaba con ellas- a sus hijas que viven cerca del 209. A una un martes, otra el jueves y otra más el sábado. Me cuentan que en sus últimos años, ya jubilado, se sentaba en la banqueta de la casa, callejón 6. Y a las señoras que pasaban les decía adiós belleza de mujer. 

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