Carta a Héctor Urbina



Carta a Héctor Urbina Berrones, mi maestro de 5o año de primaria en la Escuela Cuauhtémoc, en la Treviño Zapata, de Matamoros, Tamaulipas
Héctor
Ayer miré una fotografía en el muro de mi amigo Sergio Chávez, maestro y escritor, compañero de la Normal Mainero. Y en su pie de foto decía, "su peluquero siempre le decía Luis Aguilar”. Yo miré la foto y no me di cuenta, porque no sabía que eras familiar de él, lo que se llama familiar político, tu yerno, esposo de Nancy, que no sabía que su Urbina de apellido es por ser tu hija. Luego en el transcurso del día no supe nada, hasta que una amiga abogada escritora de Matamoros, San Juana Vázquez, a la que también le diste clase en primaria, me mandó el mensaje donde avisaban de tu fallecimiento.
Sí, estamos de acuerdo, en que en un momento determinado nos tenemos que ir, pero no nos resignamos que se vayan quienes queremos de corazón. A quienes tenemos mucho que decirle y no lo hicimos, como es mi caso contigo, Héctor.
Apenas hace semanas, Héctor, presenté el libro Matamoros, mis recuerdos anhelados, de San Juana Vázquez, en las que te menciona agradecida y nostálgica, y te recuerda juguetón y alegre. Quien escribe, San Juana, te decía, ex alumna tuya, muy agradecida con tu trabajo educstivo que repercutió favorablemente en ella. Y ella me preguntaba si sabía de tí, de dónde vivías, para hacerte llegar el libro donde te menciona, y yo le preguntaba si sabía de ti, para invitarte a comer y agradecerte también que en quinto grado hayas grabado en mi razón la imperiosa necesidad de estudiar para lograr alguna mejora personal, que en términos concretos y llanos quiere decir, salir de la miseria.
Y no he dejado ir la oportunidad (en los grupos con los que he trabajado o en asambleas de padres de familia) de sacar tu nombre, tu gallardía, tu figura de maestro de verdad, que con tus palabras, tus indicaciones, consejos y sugerencias, lograste remover nuestra maquinaria del pensamiento, para hacernos sentir la necesidad de seguirle en los asuntos de lectura, conocimiento y valores.
Sabes, Héctor, los alumnos somos ingratos. Tenemos los mejores recuerdos de nuestros maestros, y los mejores de los mejores de algunos, como tú. Y dejamos siempre para el mañana que no llega, el buscarlos para decirles todas estas palabras que traemos listas. En este caso para ti. Y nos sorprende el tiempo, la muerte, el destino con tu muerte. Tu cabrona muerte. Que encabrona, entristece, nos parte, nos requete parte.
Pero falleciste ayer. Tu corazón se detuvo ayer. Y al enterarme recordé como en película la ocasión, un día cualquiera del ciclo escolar 69-70, andaba yo en el patio corrreteando de un lado para otro. Y me llamaste. Al acercarme me soltaste a boca de jarro, como se dice, de sopetón, dos preguntas, que iban directo a mi razonamiento: "¿De grande quieres trabajar en el sol como tu padre? ¿De grande quieres vivir en una casa como en la que viven?" Mis dos respuestas fueron un "no", claro y rotundo. Viéndome fijamente me dijiste: "entonces lo único que tienes que hacer es estudiar siempre, sacar buenas calificaciones y vas a ver que tu vida va a ser como quieres y sueñes que sea".
Eran tiempos en la que los maestros conocían las casas de las familias. Eran tiempos en la que abundaban los buenos maestros, los excelentes maestros. No digo que no haya ahora, Héctor. Sí los hay y conozco a muchos, lo mismo que tú. Pero tú con ese consejo hiciste mi niñez más humana, con una búsqueda, con una razón de ser en la existencia que me tiene aquí, escribiéndote con tristeza estas palabras. Y tú al escucharlas -porque sé que las escuchas; porque sé que las almas las escriben y las almas las escuchan- ríes al recordar a uno de tus tantos alumnos a los que les mostraste un camino por seguir.
Hasta pronto, Héctor.
De Antonio Solís Calvillo. Villahermosa, Tabasco; a 16 de Julio de 2020

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