Una aventura es la muerte

Una aventura es la muerte. He de imaginar la circunstancia de la partida. No blasfemes. Y la tarde de mi duelo. Unas lágrimas furtivas de un gran amor a distancia. Y los perros echados bajo el féretro. Los amigos dispersos subiendo esquelas en facebook. Y el pésame sentido por las redes. Algunos, claro. Y de cierto el desasosiego de las almas que se estrellan ante la partida del amigo. Una aventura verdadera. Mirar desde ningún lugar. Los cuentos que se cuentan tras la sombra. Y las barras de chocolate y el café. Y te acuerdas de la vez de la guitarra. Y las locuras del llanto. Que te quiero tanto. Y el cuerpo allí inerte. A la espera de moverse como resorte y espantar a todos. Que salieran corriendo. Y las hijas con llanto por dentro. Lo bueno que era. Y sencillo su corazón aterciopelado. No lo sé. Me invento la tarde y la entrada de la noche. Un invierno. Las miradas que se cruzan y entibian la piel. Los rezos por si Dios existe. Y las despedidas. A donde vienen bien las despedidas. He de procurar que la aventura viva en la muerte. Las sonrisas. Y la disputa por algunos libros prohibidos, la guitarra y el violín. Los recuerdos en discos que van quedando. Mientras se escuchan las canciones ordenadas. Cuando la muerte pise mi huerto. Y es más fácil encontrar rosas en el mar.

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