Carta a los indiferentes

Ustedes voltean la mirada cada vez que el hambre se asoma. Es normal, dirán flojera. Si ven pobreza, dirán flojera, también. Ecuaciones a pecho abierto. Y los piojos, horror.  Dicen que el borrego ni ruido hace cuando lo matan. Así hoy. "Solo revira los ojos en silencio", dicen.  Sin gesto puesto al horror, basta voltear el rostro o máscara, ante casas de cartón y piso de tierra. Ustedes tienen el corazón de pena. Y usan lentes para saturar colores. Son ustedes los únicos que tapan en realidad el sol con un dedo. Por decirlo así.  Hay de pobres a pobres. Ni quepa envidia, en su defensa, porque no es ataque. Al fin, felicidad es obra. Al fin discursos o risas, son obras. Y que importante el café de mañanita.  Regar plantas. Esos pájaros. O el buenos días. La llamada equivocada no es equivocada. Una sonrisa de aquel lado motiva el tono. Es el ruiseñor en silencio para nada decir ante el indiferente, sí, usted, al que un buen día asoma el filo brillante o la cuerda al cuello. No es deseable el hecho. Apenas el visor de poema. Un poema como césped recién cortado. No es reproche, al fin, indiferentes, es apenas un motivo para entender la otra cara de la moneda, el lado oscuro de la luna. Brillen ustedes al fin.

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