Padre

Roble o nogal es mi padre. De esos añosos árboles forjados en la intemperie de lluvia, viento y sol.   Hormiga también en el trabajo febril de los días. Ida y vuelta la hoja en caminito conocido la hormiga lleva. Nunca palabra de desaliento o rayo. Nunca el golpe o el desafío. Siempre el ejemplo.
Parsimonioso en su caminar rotundo al llevarnos de la mano en orgullo rumbo al Cine popular.
A su lado el gozo del mundo imaginario con historias imaginarias -Himalaya, dundes y brujas en casdtillos del medioevo, y siempre las balaceras de norteños con los hermanos Almada - en una pantalla de pared con huecos.
Y bancas largas como de iglesia. Y estrellas en el cielo o luna.
He dicho que soy yo él mismo. Y de cierta manera es cierto. Miro a través de él. Y esbozo mis sueños de futuro en su mirada límpida.
Ahora en su edad recorre las casas de sus hijas. Camina de estación a estación a donde lo espera Rosa, Linda, Gloria. Le visita en "su palacio" de hace años Elvira y Paz. Un ratito comparte el café y el monólogo de siempre.
Y a mí, cuando hago el viaje que es menos frecuente de cuando Leonor, me da el mejor abrazo del mundo en la bienvenida. Me sigue dando vida con ese abrazo de oso.
Y siempre en Reyes un regalo bajo la almohada (alma de hada) y bolsa de dulces. Siempre el pan literal y el de su sonrisa.
Ahora lo miro. Lo escucho. Lo beso. Acaricio su cabello. Y él me mira niño y recuerda, recuerda. Y llora. El amor le cala, el recuerdo del amor. "Es humo, hijo -me dice- que ha entrado por mis ojos".

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