El libro de Emma

Palabras entre en el edén y el valle

Antonio Solís Calvillo

He afirmado que los mejores maestros son lectores. Porque se apropian del lenguaje y con este dominio pueden encantar a sus alumnos. Construyen con el lenguaje imágenes que no se les olvidan a los alumnos y van los alumnos construyendo su propio pensamiento, alentados por sus maestros lectores, entre charlas, diálogos, exposiciones y lecturas comentadas.

Pero si estos maestros lectores son de los mejores, ahora imagínense a los que maestros leen por hábito, pero además escriben, redactan bien, y junto a ello, escriben literatura. Y buena literatura. Porque estos maestros saben escuchar y abrevan de la sabiduría popular. Han sabido escuchar las narraciones orales de los abuelos y padres. Y escriben su propia obra como producto de la imaginación, de la creatividad.

Reflexiono todo esto ahora que me han invitado a presentar el libro de mi amiga y compañera del gremio magisterial Emma Cornejo Porras. Y lo hago con mucho gusto, honrado por la invitación.

De entrada cuando recibí la invitación tuve la curiosidad de leer sus cuentos. Para enfrentarme a ese mal de los coordinadores de talleres literarios. De buscarle la paja en el renglón ajeno sin mirar la viga en lo propio. Y me asomé al índice para desde allí encontrar títulos que tuvieran, si no originalidad, cuando menos motivo de atracción para leerlos primero. Y grande fue mi sorpresa de encontrar efectivamente títulos atractivos. Y de allí me fui metiendo hasta leerlos todos.
Encontré una narrativa sencilla y fresca. Encontré un manejo de situaciones con mucha propiedad. Y encontré personajes bien formados, bien definidos, e interesantes.
La pequeña Yara; Las devotas; La novia de Adrián; Por mi santa madre; y otros que conforman el volumen, son una muestra que los cuentos están bien trabajados desde el título: títulos sencillos, pero claros. Y que el primer párrafo, como todo buen párrafo que se precie de ello, nos motivan, picados por la curiosidad, a seguir leyendo hasta terminarlos. Y va uno de sorpresa en sorpresa. Porque encontramos buena literatura.

Y aquí hago una referencia. Los cuentos de Emma Cornejo me recuerdan las lecturas de B. Traven, de  Francisco Rojas González; y de José Rubén Romero.  Los dos primeros autores, Traven – en Macario y Canasta de cuentos mexicanos- y Rojas González en el Diosero, y La venganza de Carlos Mango,  porque tienen una anécdota bien definida. Y el ambiente que recrean va de lo rural a la periferia de los pequeños pueblos. Con una prosa sencilla y clara. Y José Rubén Romero en Rosaura, La vida inútil de Pito Pérez y Apuntes de mi pueblo, entre otros, maneja una prosa pulcra, también sencilla, y un humor que se desliza fino y suave entre las páginas. Y el lector, entre risas, se encuentra adentro de esos pueblos, camina por esas calles empedradas, entra a las casas  de tejas rojas y viejas,  e iglesias, y escucha los rezos como si fuera testigo de todos esos acontecimientos cotidianos.
Los textos literarios se salvan por muchas circunstancias. Uno puede ser lo novedoso del lenguaje. Otro, por el dominio del mismo lenguaje con frases bien construidas. Donde nada sobre ni falte. Y otro puede ser por lo que se cuenta y no por la manera de contarlo.

En los rezos de mi pueblo, por hablar de un cuento del libro, cito: “A las seis treinta de la tarde un cohete revienta muy alto como globo lleno de confetis amarillos dando aviso a los creyentes católicos que la Virgencita en unos minutos será llevada a la casa de otra familia. Aquí ayer la recibieron e hicieron el rosario correspondiente. En otra casa contestan el aviso con otro cohete haciendo saber que están listos para recibirla”.
Y vamos recorriendo el texto en la lectura y nos vamos encontrando territorio conocido porque lo hemos vivido, lo hemos disfrutado, hemos tenido la paciencia de la espera del rezo, para recibir la recompensa final, que es la vianda de casa que sirven: tamales, atole o sándwiches que recibimos con gusto y nuestro vaso de refresco. Aunque “lo importante” no es la comida, sino es el rezo que la autora lo dice bien al final con fina ironía, cito:
“Padre, El Hijo y el Espíritu Santo. Nos persignamos bajando la cabeza en señal de sumisión. El culto por fin ha concluido.
Varias señoras salen presurosas de la cocina con grandes charolas y jarras cuyo vapor y olor del contenido se mezcla entre la gente.
Ofrecen amables y sonrientes galletas de animalitos y café o té de manzana y guayaba. Total, la gente; con visible desencanto; no debe criticarlos porque no vienen a cenar sino a rezarle a la Virgencita, como yo”.
No cito de referencia otros cuentos. Me basta con uno.
Celebro la publicación de este libro. Porque sé con certeza, que estos cuentos forman parte ya de los alumnos de telesecundaria donde ha estado trabajando Emma Cornejo. Y que los han disfrutado. Y que más de un alumno le ha de haber preguntado con incredulidad si ella los escribió. Y seguro que Emma ha respondido orgullosa que efectivamente, ella los escribió.
Y es doble ganancia. Por un lado, porque representan la satisfacción que tenemos al ver concluidos los cuentos o poemas que vamos terminando, aunque siempre tenemos la vocación perfeccionista de seguirlos corrigiendo mientras se mantienen en su condición de inéditos. Y ya publicados ahora queremos seguirlos corrigiendo. Y la otra ganancia es que la educación y la literatura se ven beneficiadas con estos cuentos. Por muchas razones. En las aulas se dialoga siempre con otros autores. Y dialogar con el maestro, la maestra, que es el autor o la autora misma, entonces se logra un efecto mucho mayor en la influencia del docente con sus alumnos.

La publicación del libro de Emma: Entre el edén y el valle, editado por la editorial Inspira profundo, es una buena señal de que las cosas andan bien en la literatura tabasqueña.

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

De cartas

¿Por qué así, señor periodista?