Y qué fue de aquellos muchachos


Y qué fue de aquellos muchachos, que vagaban por doquier. Con sueños almibarados, de hacer la revolución. Y no morir en el intento. Para vivir a plenitud. Tomaban leche con pan en las tardes. De cuando hacía frío. Y luego algo de cerveza, en el cambio de estación. Caminaban. Casi no usaban camión. Fumaban para dar imagen  de mayores. La historia tiene pocas fotografías de esos tiempos. Andaban con su mezclilla Levis o Sergio Valente. Leían a más no poder. Los prefacios del Manifiesto. Y a veces el Manifiesto mismo. Trosquistas o maoistas. Castristas tambíen. Había de todo. Algunos peces. No había chivato alguno. Solo genuinos en el soñar. Andaban en barrios modestos. Hijos de obreros, campesinos o de maestros. Iban a la periferia a buscar seguidores. Quien quita y crezca, por fin, el movimiento. Fueron señalados. A ellos no les importaba. Leían bajo de un árbol, en la colonia jardín. Entre ellos se ayudaban en hacer trabajos de casa. Tumbar un árbol, o de peón albañil. Estuvieron en preparatorias. O en escuelas normales. Para llegar hasta el campo, y la palabra enseñar. Ahora ya están viejos, adutos mayores, les dicen. Andarán por los sesenta y pico. Mas siguen con sus sueños, escuchando las mismas canciones: El canto de Santiago, por Allende. O tráiganme todas las manos. De Nicolás Guillén. Ahora, algunos  jubilados, se reúnen en el café para cambiar el mundo. Y tejen sueños de pasado. Porque el futuro los alcanzó con las manos vacías. Mas bien sabían que un día al panteón han de llegar. Y allí nada se lleva. Algún día cada vez más cercano, pero mientras tanto, tráiganme todas las manos. Y palabras, para decir discurso en funeral. Y aplaudir un minuto. En nombre de esos muchachos. Que mas ya no lo son. Aunque ahora andan otros. Con los mismos sueños y anhelos. Nomás por no dejar. (Para Ubaldo Bogar, Eligio, Joel y Carolina)

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