Y qué fue de aquellas muchachas

Las compañeras. Las que iban con nosotros. Y con ellas mismas. Alegres. Esperanzadas. Cada una con su sueño, su anhelo. De un mundo mejor. En lo individual. Y en lo social. Cruzaban la frontera. O paseaban en la ciudad. Hacíamos lecturas. Para entender la existencia. De estos muchachos que empiezan a vivirla en plenitud. Además de parecernos eterna. Como tomarnos el mar de un solo trago. Y cantaban. Cantábamos. Y fuimos al cine. Bailes. Y jugaban deporte. Pero sobretodo reían. Y se fueron. Lo mismo que nosotros. A encontrar otros veranos. Por los caminos de este inciencioso país. Para enseñar las palabras. Para sembrar la esperanza. Con los niños delgaditos. Con los niños descalzos. En las zonas marginales. Pisos de tierra. Con los niños juguetones. A elaborar con ellos el perfil de futuro. Y solo la educación. Emocionadas las charlas en vacaciones. Contando anécdotas de trabajo. De lo bien que se siente servir y enseñar. Y lo que se aprende entre todos. Luego supimos de bodas. De hijos que fueron llegando. Nietos. Y el entusiasmo nunca disminuyó. Al contrario. En los discursos de homenajes. Y de fines de ciclo escolar. Los mensajes de esperanza. De niños pórtense mejor y aprendan mucho. Que de ello dependen el futuro. Y luego los coros. Declamaciones.  Las obras de teatro. Y ellas entusiasmadas mirando a sus alumnos. Hacer el papel mejor. Y en esta edad por la que andamos las miro bellas, como siempre. Porque la vida sigue su curso. Y cada nueva esperanza, lo mismo que sueños y anhelos, las mantienen con esa energía vital. De la que nosotros también aprendimos. No solo por ser ellas mujeres, de risas y palabra. Sino por ser las compañeras. Las compañeras de siempre. Las comandantas sonrientes. Un abrazo a todas ellas por donde anden. Por su tanto afán.

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