Ningún muerto es anónimo. Ni uno solo. Cada uno de ellos tiene nombre y apellidos. Tuvo sus sueños, su circunstancia. Sus motivos de sueños, de sonrisas. Aún si van a un crematorio. Si están varios días en la morgue. Inmensamente solos. Si nadie reclama sus cuerpos. Si van al foso común. Tuvieron sus colores preferidos. Miraron amaneceres y disfrutaron puestas de sol. Algunos tuvieron sus lecturas. Sus locuras. Sus arrebatos. Tuvieron amores públicos o secretos. Mandaron o recibieron cartas. Lanzaron cartas al mar por el amar a imposibles. Acariciaron a un gato o perro. Cada uno de ellos tuvieron sus creencias  sus miedos. Y como todo vivo tuvieron que irse en el orden correspondiente. Carne magra aplastada por el tiempo. Triturada en experimentos ideados en una cueva de papel. Son por ahora memoria de sueños. Llegará el día en que se eriga un memorial por todos ellos. Nombrados en su paso.  Acaecidos en sacrificio de ciencia, quizá. En sacrificio de la ganancia por la guerra. 

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