Profesta

Yo oro. Decía rotunda. Para el despiste y confundirla le pregunté ¿Oras? De orar. No, oro, fue tajante en su respuesta. Creí escuchar loro. Y ella reía divertida. Oro, de elemento. Aclaró. Para estar en la misma sintonía. Dijo libros y su historia personal. Marabunta de enredos. No me entiendes quizá porque sois profesta. Así dice para decir poeta. No puede pronunciar el poe. Se le atraviesa la r y f. Quizá por lo de profesor. El caso es que me abrazaba sudorosa. Bruja del mar. Incienso. Mercader. Aunque no precisamente del oro. Estatua de los dioses. Menores. Era, aclaro, un sueño. Eso de las pesadillas no es lo mío. Ni escenas de horror. Salvo los gritos y sonrisas. De atar lo loco. Lo locuaz. Yo solo criaba conejitas y conejitos. Cuidaba ovejas en el campo. Contaba más bien por eso del dormir. Soy solo un simple pastor, dije en autoalabanza y referencia a la sencillez y cómico. Saltábamos en sueños. Como debe ser. La historia. Yo con la histeria por conocer los Champs Elysees. Y los poemas tirados por el piso. Soy de lenguas muertas. Me como un plato -de lengua- por así decirlo, solo lo pensé. Y aquí ando rotundo entre los sueños. Casi se desmaya al llegar a la explosión del universo. Conciliemos. Coincidimos en café. Eso era dijo. Mi profesta. No olvides el loro. Verde. Me sacaba de quicio. Eran los sueños. Y cada quien por si las dudas.

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