Roberto Reyes, mensajero del tiempo

 1. Si caminas por las calles del centro de Villahermosa, en Aldama esquina Lerdo, te encontrarás a Rigoberto Reyes Baeza, librero de viejo. Es un personaje. Está allí siempre de buen humor y dispuesto a la charla. Cuenta que ha recorrido las principales ferias del libro del país. Y sigue recibiendo y vendiendo libros, como mensajero de ideas técnicas, científicas y literarias emitidas en el pasado y recibido a su través, a las nuevas y no tan nuevas generaciones.

2. Es generoso en el dar de sus palabras nutridas de recuerdos, andanzas que le han llevado a recorrer varias ciudades de la república e inclusive ha estado vendiendo libros en El Ceibo Guatemala, en la extensión local de la Universidad de ese país centroamericano, vecino nuestro. Y no, no es fácil trasladarse con sus cajas de libros que pesan mucho. Por lo cual ha utilizado diversos transportes, desde el particular, pasando por camiones de pasajeros, taxis de plataforma y hasta en la cabina de un trailer transportador de ganado. Y su hospedaje trata que sea cerca de las instalaciones de feria. Cuando no se puede, ni modo. Le ha tocada estar en hoteles de cinco estrellas con gastos pagados, y en modestos hospedajes.Y allí sigue, animoso siempre. Nos tomamos un café. Yo un capuchino con deslactosada. Él, uno negro. Alicientes líquidos para el disfrute del diálogo. Por allí estaba Chuy Falcón. También Miguel Sanchez Vidal. Llegó Mario Ávila. Pasó Rabelo.

3. Rigoberto empezó como todos nosotros, con las enseñanzas en casa. Su padre, Don Sebastián Reyes Palomeque, hombre trabajador y de bien, era cobrador de empresas editoriales, entre ellas Albatros, que vendían enciclopedias a plazos, libros de medicina, diccionarios Larrouse de inglés y de la Real Academia. Al equipo vendedor se les llamaba "placeros". Estos iban en una camioneta tipo combi con vendedores, que se estacionaba en una colonia, y estos se desplazaban casa por casa para convencer con labia especializada sobre la importancia de tener libros en casa, para el mejor futuro de sus hijos e hijas, con facilidades de pago. Y en ocasiones al cobrador le tocaba recoger las enciclopedias que el cliente no pudo pagar. Y llegaban los libros a su casa para devolverlas a las editoriales. Y mientras tanto "yo las hojeaba", dice Rigoberto. Y empezó a vender también, porque era un trabajo que fui aprendiendo de verlo.

4. Estamos en plena plática. Así habíamos quedado. Yo pasaba de prisa por allí en otras ocasiones. Y él muy cortés me saludaba e invitaba un café. Y yo le decía que en otra ocasión llegaría precisamente a la charla entre ambos. Hasta que ese día llegó. Le pregunté vía watsap si estaba allí. Sí, me respondió. "Al rato de caigo", fue mi mensaje. Yo todo oídos. Él toda palabra. 

5. Cuando se puede le acompañan sus hijos a las ferias de libros. Ha estado en la de Guadalajara, en la de Minería, la Ciudad de México, y muchas otras. Ha conocido muchos personajes políticos y autores de libros. Está agradecido con todas las personas que le han apoyada, sean desde las dependencias donde ellos trabajan o de manera particular. Pasa alguien que lo conoce y lo saluda. Se levanta para atender a probable clientes. Y vuelve animoso. Sonriente. Porta orgulloso un afiche en su camisa que obtuvo en una feria. Y asimismo la gorra que dice "Unión Europea", obsequio recibido también de las organizaciones de libreros. Recibe donaciones de libros. Los intercambia. "Vendo porque tengo hijos. Y hay muchas necesidades. No quiero que a ellos les falte".  

5. El cafe Iík Bajum es un lugar muy concurrido. Siempre tiene sus mesas ocupadas. Las sillas también. Parroquianos están pendientes de que se desocupe una para abordarla. Como el viejo e histórico además de desaparecido- Café Casino que estaba en Juárez y casi Zaragoza. Allí se "arregla" el mundo. Y se repasan temas, se recuerdan anécdotas, se cuentan historias la mayoría ciertas, se arreglan asuntos y entuertos. Se platica de política, de futbol, de libros. La palabra es la protagonista principal. Los demás somos secundarios, depositarios de recuerdos, memoria que se aviva, se atiza el fuego dialogal que entibia a la humanidad.

6. Comenta: "sería bueno una unión de libreros. Otros estados lo tienen. Es mejor manera en grupo de realizar trámites, de conseguir permisos". Le digo que sí, como la hoja bond que una se rompe fácil, pero romper cincuenta ya no es posible. "Hay qué platicarlo, tienen qué platicarlo", le digo. Y asiente.

7. Ya había empezado con la actividad de vender libros y la retomó con Rabelo, a quien decimos Rabelini, que vende igual libros de viejo casi junto al correo, a una cuadra. En una ocasión, cuando la pandemia Covid, se acercó con él, le llevó algunos libros. Y "ponte aquí conmigo", recibió la invitación y así retomó el rumbo de vendedor de libros. Solo que "dos en un costal no se puede", dice. Y así tomó su propio rumbo que le ha dado muchas satisfacciones, muchas relaciones.

8. Cuenta del año pasado, la vez que se instaló en la feria del libro de Pemex en Carrizal, Villahermosa, donde le obsequió un libro al Director general, Octavio Romero Oropesa. El libro era de María Eugenia Torrres, nuestra conocida Maru, ya fallecida. Y cuando se instaló en la Universidad Popular de la Chontalpa, donde le obsequió un libro al rector Ariel Cetina. No cualquier libro, por supuesto. Sino libros que emocionalmente representaban mucho para ellos. Sea por lo familiar, sea porque eran amigos del autor o de la autora.

9. Lo han entrevistado periodistas de varios medios, tanto digitales, impresos y de radio y televisión. A veces lo ponen en aprietos porque cuenta generoso sobre diversos incidentes. Como aquel que algunos recordamos en la feria del libro de Querétaro, pero que por la repercusión que tuvo y por sabido no cuento. Solo que él no tuvo culpa alguna. Fue falaz infidencia de alguien de confianza. Solo eso. Y me cuenta de algunos que les fía libros y tardan en pagarle. Pero son pequeñeces, "peccata minuta". Lo demás de la charla es alegría, anécdotas, risas. Y fotos, claro.

10. Si caminas por las calles de Villahermosa, acude a Aldama y Lerdo. Allí está Rigoberto. La mejor atención. Pero además, considero que en la función educadora general que debe asumir con responsabilidad la sociedad para formar mejores ciudadanos, personas de bien y de pasa, y almas generosas y valerosas, se les debe dar todas las facilidades a los vendedores de libros. Yo sueño, que en lugar de las ruidosas bocinas en el centro de la ciudad, calles peatonales, que con ruido anuncian mercancías que aguantan entrega, estén varias mesas donde se vendan libros de todos los temas y precios y que las personas de todos los niveles puedan continuar en la tarea alfabetizadora, que quiere decir humanizadora. Nos urge como sociedad. Gracias Roberto Reyes Baeza por tu labor humanista.

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