En esto creo
En mí y en ti, creo. Cuando digo "en ti" no es específicamente en alguien. Me refiero al otro, al que no soy, y que tiene muchos rostros, muchos sueños, muchas tribulaciones. Y camina o deambula por las calles sin meta, sin plan, la mirada ausente, con deudas, con prisas. Y también el otro con sueños y esperanzas.
Creo en la hoja que está en el árbol, en el suelo y en la que va cayendo al desprenderse de la rama. El viento la arrastra allá o aquí, y se deja llevar.
Creo en el pájaro. En el azul o rojo. Y creo en mi. En el pájaro porque aún mudo sigue con su canto sin que lo escuchen más. Es cien mil palabras que ya no se pronuncian. Creo en mi por las notas al vuelo, con destino, sin destinatario.
Creo en el jubilado. Lo mismo si tiene nuevos proyectos y sonrisas, o no los tiene y chupa limón a diario.
Creo en el agua, aún contaminada o transparente. En el viento suave de brisa o en el huracanado que levanta polvo y derriba barreras como casas de cartón.
Creo en el tiempo, máquina que tritura, estatua traslúcida, infinita. Con él se escribe la palabra adiós.
En la exacta mujer, que abarca todo el género. Con miles de colores. Rostros. peinetas. recetas de cocina. tacones. En la que suspira. Lee o escribe. Y lleva al niño a la escuela. La que está a la moda. A dieta. Y en la que firma documentos importantes o no. Siempre el botón de flor en el lugar exacto.
Creo en el cuchillo. Alférez con filo de serpiente. Que hace el milagro: divide la manzana en olor y distancia.
En el libro mineral donde encalla el recuerdo y acepta de novia una gota de agua para germinar cantos, ensueños, transgresiones.
En el pan dulce y de sal. En el que marca la hora de salida, pretexto para cantar poemas al pez.
En la calle donde se reúnen todas las voces para inquietar a la sombra nuestra que nos persigue señalándonos como asesinos.
En mí y en ti. Lo que soy contigo, lo que soy sin ti.
Soy apenas una percepción sobre mi exterior. Una mínima, minúscula percepción de lo que está fuera de mi.
Creo en la hoja que está en el árbol, en el suelo y en la que va cayendo al desprenderse de la rama. El viento la arrastra allá o aquí, y se deja llevar.
Creo en el pájaro. En el azul o rojo. Y creo en mi. En el pájaro porque aún mudo sigue con su canto sin que lo escuchen más. Es cien mil palabras que ya no se pronuncian. Creo en mi por las notas al vuelo, con destino, sin destinatario.
Creo en el jubilado. Lo mismo si tiene nuevos proyectos y sonrisas, o no los tiene y chupa limón a diario.
Creo en el agua, aún contaminada o transparente. En el viento suave de brisa o en el huracanado que levanta polvo y derriba barreras como casas de cartón.
Creo en el tiempo, máquina que tritura, estatua traslúcida, infinita. Con él se escribe la palabra adiós.
En la exacta mujer, que abarca todo el género. Con miles de colores. Rostros. peinetas. recetas de cocina. tacones. En la que suspira. Lee o escribe. Y lleva al niño a la escuela. La que está a la moda. A dieta. Y en la que firma documentos importantes o no. Siempre el botón de flor en el lugar exacto.
Creo en el cuchillo. Alférez con filo de serpiente. Que hace el milagro: divide la manzana en olor y distancia.
En el libro mineral donde encalla el recuerdo y acepta de novia una gota de agua para germinar cantos, ensueños, transgresiones.
En el pan dulce y de sal. En el que marca la hora de salida, pretexto para cantar poemas al pez.
En la calle donde se reúnen todas las voces para inquietar a la sombra nuestra que nos persigue señalándonos como asesinos.
En mí y en ti. Lo que soy contigo, lo que soy sin ti.
Soy apenas una percepción sobre mi exterior. Una mínima, minúscula percepción de lo que está fuera de mi.
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