Texto para el XXIX aniversario de la Sociedad de Escritores de Tabasco

Dedico este texto a Juan, que ya no está, por el que soy en parte, porque la otra parte es por Leonor.
Agradezco a los integrantes de la Sociedad de Escritores letras y Voces de Tabasco, la osadía de proponerme y aceptar que yo viniera a leer un texto construido para celebrar el XXIX aniversario de su conformación legal a través del hecho constituirse en una forma de asociación civil.
Los amigos y amigas de verdad son como ángeles. Como ángeles de verdad. Allí están siempre. No precisamente en físico. A veces sí. Por eso agradezco esta manera de distinguir y distinguirme de comentar temas relacionados con talleres, palabras y Sociedad de escritores. Otros con más mérito estarían aquí por mí. Mas no tuvieron tiempo. Otras ocupaciones, etc. El caso es que aquí estamos. No es precisamente una ponencia. Y mucho menos magistral. Es una charla de un maestro de educación básica que escribe y que se mete a otras aventuras donde no siempre sale bien librado, pero siempre sale avante con entusiasmo y con gusto, aunque con algunos raspones de vida, mas siempre creyente fiel de la amistad. Decía yo de la amistad. Y lo reitero.
Esta reunión es un acto de amistad. De muchos años de amistad. Una amiga leyó en 1986 mis textos. Y me dijo están bonitos. Que bien. Ojalá que te animes a llegar a un taller literario. Yo no sabía lo que era. Y más o menos me explicó. Ella estudiaba conmigo, en el mismo grupo. Y trabajaba de mañana en el Instituto de Cultura. Y me dijo en qué lugares había talleres. Uno de ellos era el que funcionaba en la biblioteca municipal de la Colonia Atasta de Serra.
Allí dejémosle por el momento lo de ese taller. Hoy estamos conmemorando o celebrando, muy contentos y jubilosos que la Sociedad de escritores de Tabasco, Voces y Letras cumple años, veintinueve de distancia del inicio, para ser exactos. De esa primera asamblea a la que llegué junto con muchos otros escritores liderados por Mario de Lille Fuentes y Andrés González Pagés. Andrés González Pagés fue electo como primer presidente de nuestra asociación. Mas tomó la decisión personal de no asumir el mandato de la asamblea, el cual fue asumido por Mario de Lille Fuentes.
Cuál había sido el objetivo central de la conformación del grupo. No estuve en las reuniones previas. Yo venía apenas de los talleres. Yo era un incipiente, narrador en ciernes, dijo el Teo, y fueron otros los que debatieron, reflexionaron y redactaron el documento de inicio. Era necesario organizarse como gremio. Todos los gremios son más fuertes unidos. El gobierno de Enrique González Pedrero continuó la obra de fuerte inversión en infraestructura para distintos rubros, que había realizado el gobernador Leandro Rovirosa Wade, y el planteamiento de continuidad. Así entonces se promovieron los grupos Amigos del museo, y amigos de los distintos recintos culturales de nuestra ciudad y de nuestra entidad. Lo anterior como un vislumbre de que los gobiernos son sexenales, y el nuevo intenta borrar lo bueno que haya hecho el gobernante anterior. A veces se logra, y a veces no. En el caso de los grupos de Amigos de Museo, y otros se buscaba que el recinto fuera cuidado y promovido por la sociedad misma a través de las asociaciones. En ese contexto nace nuestra Sociedad de escritores para salvaguardar como grupo o logrado y acrecentarlo. Era el caso de los talleres literarios, de las lecturas públicas, de una revista literaria y de la edición de libros.
Pero nos contaba la otra vez Franz Kafka, la otra vez, por supuesto en sueños, que le rechazaban sus cuentos y las novelas. Que no entendían esa manera de escribir, y que le decían “es que escribes muy kafkiano”. Y se burlaban. Y que a lo mejor por eso quiso quemarlos, y no se atrevió y le pidió a su amigo Max Brod que los quemara cuando su muerte. Y que no quería quemarlos, porque entonces él mismo los hubiera quemado. El caso es que no fue comprendido en su tiempo, solo un poco, pero o de genio vino después, cuando ya estaba muerto, entonces, amigos, no nos preocupemos, que podéis ser los genios del futuro, no ahora.
Es un decir. El caso es que con cierto temor llegué por primera vez al taller literario de la Biblioteca municipal de Atasta. Y desde lejos miré que estaba un señor de barbas y de lentes. Y cuatro personas a su alrededor, jóvenes y señoras grandes, atentos a una lectura. Y nos acercamos. Preguntamos y nos invitaron a que nos sentáramos. E coordinador del taller luego supe que se llamaba Ramón De la Mora Bueno. Yo no llegué solo. Iba con Hilario Feria. Que éramos compañeros de la Universidad y así iniciamos formalmente nuestro camino en los talleres literarios. Luego supimos que había otros en otros lugares de estado. Era una la Red estatal de Talleres literarios, diseminados en toda la geografía de la entidad.
Ali aprendimos que escribir no es fácil, ni es que nos queden los textos bonitos. Que escribir sin ser lector, es casi imposible. Que nos duele nos corrijan esos maravillosos textos nuestros. Hubo en el trayecto quienes acudieron una sola vez y ya no volvieron echando pestes de los talleres literarios, y todo porque no les reconocieron su nivel Cervantes o Nobel en la calidad de sus textos.
Y hubo quienes persistieron. Semana a semana. Escuchando a quienes les hacían suaves sugerencias. Y quienes les criticaban encarnizadamente.
Decía Augusto Monterroso: si tienes necesidad de saber si eres escritor o no, es muy fácil. Deja de escribir. Y si te sientes tranquilo y en paz, entonces ya no regreses. Lo tuyo no es la literatura, a lo mejor el periodismo. Y si no puedes dejar de hacerlo y regresas frenéticamente y con frenesí a la pluma y al cuaderno, ahora a la tableta electrónica, entonces es que eres escritor. De aquí solo queda escribir mucho, leer mucho, vivir mucho, soñar, viajar mucho y amar mucho.
En el taller literario suceden muchas cosas. Una, que quien llega, ya se siente amigo de los que están. Se integra rápidamente al grupo. Otra, que hay distintos tipos de talleristas. Los que escuchan con atención las críticas, para tomar algunas y mejorar el texto. Y quienes se defienden, de que la sugerencia no es válida, por las razones que sean. Y hay quienes se quedan indefinidamente en el taller, como si no pasaran los años. Como si esperaran doctorarse en el tallerismo literario. Lo importante es el texto que se produce en casa, y que lo aplicamos de crítica a los demás lo hagamos encarnizadamente también con el texto propio. Ya ni digamos con la ortografía.
He sido coordinador de taller. Defiendo a los talleres literarios porque son espacios comunes, coincidencia de quienes aman las palabras, y específicamente las que se crean en función de la literatura. Porque quienes llegan se hacen amigos. Porque se intercambias libros. Y porque cada quien hace un esfuerzo distinto por escribir mejores textos. Unos tienen disciplina. Otros la van adquiriendo. Y otros más se aferran a la musa mítica que se presenta de vez en cuando. Pero también decíamos que en este aniversario número 29 debemos de celebrar y reflexionar. Que veinte años es nada. Qué hacíamos hace 29 años. Qué escribíamos, y debemos reflexionar, en qué nos ha ayudado, para nuestra obra, que se haya constituido la Sociedad de Escritores, y qué representa de bien para la sociedad. Cada quien tenemos nuestras respuestas. Lo cierto es que cada quien responda por su propia obra, que por sus obras los conoceréis.
Como casi siempre hay recortes en cultura. O en educación y cultura. En 1994 vino un recorte en cultura. Y entre los reajustes una de las decisiones fue asesinar a los talleres literarios. Creo que cuando en los informes en formato decía y beneficiados. Pues si es por los asistentes se escribía cinco, siete, tres o 1. Entonces pues costo aparente beneficio resultaba ridícula la inversión. Y cerraron los talleres. Estaba un servidor al frente de la presidencia de la Sociedad de escritores. Estaba en su cuarto o quinto año de creada. Y nos dimos a la tarea de enfrentar esa embestida con lo que teníamos que era la palabra y el apoyo solidario de los pintores. Una de las acciones en una ocasión fue que el caricaturista Gutenberg nos hizo un gran ataúd de cartón, le puso el nombre de Talleres literarios y un puñal atravesándolo y tinta roja que semejaba sangre como de crimen. Y lo pusimos a la entrada del Congreso, por donde pasaría el público y los diputados para una comparecencia. Me llamó el jefe de la mayoría de ese tiempo, que era un diputado de apellido Andrade. Y me pidió que quitara la obra solidaria del gran Gut de la entrada, y que lo pusiera a un lado, como escondido para que no se viera o se viera poco. El caso es que no hicimos caso (perdón la redundancia) y lo dejamos allí para que fuera foto de noticia al día siguiente (en ese tiempo no había redes sociales). Y además otro grupo comandado por un poeta de apellido Bolívar, desplegaron una manta cuando apareció en la cámara el compareciente. En conclusión: a los tres o cuatro meses reinstalaron a los Talleres literarios que a la fecha están más que vigentes. De mucho sirve la sociedad. Por supuesto que de mucho sirve.
Pero siempre hay que irse con tiento. Los estatutos, que es documento que le da sentido al origen, y que marca la pauta de comportamiento del grupo, también marca la ruta. Porque a veces se quisiera arrastrar a la Sociedad a que forme parte de un conflicto público. Esas batallas que las demos en lo individual está bien, cada quien con sus religiones y banderas. Como grupo, es mi opinión, debemos de basarnos en los estatutos. Pero este es un tema de nunca acabar. Siempre dejemos que la asamblea decida.
Volviendo a lo que es nuestro. Una vez acudí con la representación de la Sociedad de escritores a un evento de narrativa a Mérida Yucatán. Como extraño los encuentros literarios. De ellos me he nutrido de amigos de otros lugares de la región. Cada vez que se pueda, mandemos al compañero que pueda a los eventos del tipo que sean. Claro de literatura, porque enriquece uno la experiencia literaria, escuchando textos de escritores de otros lados, con formas y estilo distintos de escribir, o con los géneros tradicionales realizan un trabajo distinto. Decía que fui a Mérida, debió ser como en 1990, y dos de los escritores centrales, eran Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs. Yo estaba fascinado por la narrativa de Monterroso. Léanlo. De veras, no se van a arrepentir. De un sarcasmo muy fino. De un humor intenso. Sin hacernos reír abiertamente, sus cuentos y novela, las entrevistas que le hicieron, etcétera, nos hace los momentos. El caso es que yo amo y ya amaba su obra literaria. Así que coincidir con él en un encuentro. Y encontrármelo a ambos, Bárbara y él, que eran pareja, fue algo extraordinario. Don Augusto, le dije entusiasmado. Me ahogo en los elevadores, me respondió. Y agregó, vi que leíste ayer, Antonio, me dijo. Yo no podía creer que se haya recordado mi nombre. No pude escucharte bien porque alguien a mi lado me hacía preguntas como si me entrevistara, pero sí escuché parte de tu cuanto de nombre de La muerte Matías Pérez. Yo estaba encantado. Peor no era de esto lo que deseaba contar en esta ocasión. Sino que en su conferencia magistral nos contó de las barbaridades que se ha escrito de él. Por ejemplo que se dedicó a varios oficios para ganarse la vida. Y que uno de ellos era que era carnicero. Como el célebre asesino serial carnicero de Detroit. Y se imaginaban verlo de joven afilando el cuchillo con la chaira, y todo ensangrentado de su delantal antes blanquísimo, a causa de los cortes de carne y atrás del mostrador para la venta. Y que no, que habiendo estudiado una carrera muy corta como contador privado, efectivamente trabajaba en una carnicería pero en el departamento contable. Y junto a esto contaba que de niño y adolescente no había ido a la escuela, que en lugar de eso solamente llegaba a una biblioteca muy cerca de su casa, todos los días, a leer a los clásicos. Y los mencionaba uno a uno de los principales, desde los griegos, los latinos, los romanos y muy buena parte de la literatura clásica universal. Todo buen escritor es un voraz lector a la vez.
Y ene se encuentro de escritores decía estaba Bárbara Jacob, la que escribe cada domingo para La Jornada. En otro momento de ese encuentro, nos acercamos para escucharla en uno de los descansos de las tediosas lecturas. Contaba de tantos temas. Pasaba de uno a otro con suma facilidad, pero hilvanándolos bien. Sobre todo es que le hacían preguntas. Una de ellas, lugar común, que cómo había empezado a escribir. Y comentó que en su casa de niña bien, no lo dijo así, pero lo entendimos, sus padres y familiares, de origen directamente judío, se dieron cuenta que le daba ese delirio de adolescente de querer escribir. Y me querían llevar con un sicólogo, o no sé si siquiatra. Y yo escribía a escondidas. No podía dejar de hacerlo, nos contaba, bella siempre, elegante, alegre. Que se le ocurrió o le dijeron que hiciera ejercicios de manera permanente. Que el oficio de escritor es difícil, pero que reciben muchos aplausos, aunque no siempre, y que uno se siente bien, por la trascendente labor a la que uno se dedica. Etcétera. Y que ella empezó a hacer textos por ejemplo tomando como tema cada una de las barajas de la lotería. Por ejemplo, El catrín la dama, la chalupa, la muerte, el músico, etcétera. Y de cada una escribía una cuartilla. Luego de cada uno de las figuras del horóscopo; sagitario, libra, virgo, etc. Y así iba buscando series. Luego inventaba series como de la cocina: cuchillo, tenedero, mesa, plato. E iba haciendo otras series, hasta que una vez, a sus 17 años se animó a mandar algunos de estos textos a Magazine Reviu, especialista en literatura, de Nueva York, y que a los tres meses recibió un ejemplar de la revista con su texto publicado y un modesto cheque de 500 dólares. Es decir, uno debe tener tema para escribir o buscar tema y no decir, hoy no estoy inspirado, hoy no escribo. Hoy no escribí.

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