Lo escuché de Don Leandro Rovirosa, en una charla en su casa. Sucedió en un país de Centroamérica. Como el nuestro, digamos. Se acercaba la sucesión presidencial. Y el presidente tenía cinco amigos cercanos. Y todos se creían con derecho, merecimientos, etcétera, para sucederlo. Uno de ellos, compadre, además, le dice: "compadre presidente, dígame si yo seré, o no; así no me quedo con el pendiente; ya ve que estamos en diciembre". "No te preocupes, compadre. Todo a su debido tiempo. Vamos a hacer una cosa. Vete para tu pueblo. Para tu casa en tu pueblo. Y pendiente el 24 (diciembre). Si te llega un telegrama de mi parte, es que no vas a ser tú. Y listo". "Perfecto, compadre", le responde el compadre. Y dicho y hecho, era 20 de diciembre, y se fue el Ministro a su pueblo. Nomás amaneció el 24, y a esperar a que no llegara el telegrafista con su sonido de silbato peculiar. Si se presentaba con un telegrama del presidente, es que no sería él, el bueno para la grande. Y llegó mediodía. Y dieron las cinco, seis de la tarde. Y nada. Ya mero la libraba. Las 8 y 9 de la noche y nada. Ya sentía que al no llegar el telegrafista, él sería el próximo presidente. Sin embargo a las 11 30 de la noche escucha el silbato reconocido del telegrafista. Y a temblar. Le acompañaba en la sala la esposa. "Ve tú abrir, viejo". "No ve tú, vieja. Yo no puedo, me matan los nervios". Y así fue la esposa a recibir el telegrama. "Es para ti, viejo. Ábrelo y leelo". "No vieja, no puedo, estoy muy nervioso. Ábrelo tú, por favor". Y lo abre ella y lo lee: "señor Ministro. Le comunicamos con profundo dolor que ha muerto su señora madre". "Ahhh, menos mal que no fue telegrama del presidente, vieja", dice él aliviado y feliz.

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