Trato

Trato no siempre es contrato. Y no son excluyentes, claro. A veces sucede y a veces no. Cuando decimos que tenemos un trato, nos referimos a esos acuerdos, en los que dos coinciden en un guiño, se encuentran y buscan porque  quieren razones para mantenerse en constante comunicación, cercanía o alebrijes. Esta palabra va para afuera, claro. Nomas que no ahorita. ¿Qué tiene que ver alebrijes? En fin, Queda. Decía. Un contrato es desconfianza de cumplimiento, como decir doy fruta, paga o te demando. A plazos, o al contado, se cumple o a ver. Acordamos entonces que nada cambie, que todo fluya, que haya ritmo y sensación. Acordamos atrapar la mariposa, admirar el colibrí, vivir poesía. Y mentar madres cuando martillemos el dedo sin querer. Y atrapar el rayo con la mirada. Y rezarle a un dios que no existe, por si las dudas. Trato es idear las mil y una formas de continuar en esa locuacidad de la risa permanente, guiñar el ojo, hacer piruetas. Contrato es asegurarse que todo cambie para que nada cambie. Los notarios y los jueces saben de eso. Y por eso huyen, por si las dudas. Prefieren los tratos a los contratos. Yo espero el autobús en la parada mientras despierto. También tiramisú, canción.

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