Durazno

Durazno es la clave de la infancia. Por esos días andaba yo con el temor de acercarse las vacaciones porque el trabajo en los jardines de la infancia, a donde mi padre Juan trabajaba para ganarse el jornal del día. Entre todos los jardines había -en unos cuantos- árboles de durazno que en mayo y junio sorprendían cargados de esa fruta carnosa y de olor especial grabado en la memoria. Verde, sazón o maduro, era la gloria saborearlo mordida a mordida. Por eso aún hoy, a estos años, los recibo gratos, generosos. Camino en supermercados anhelante de ver esa fruta que me trae en añoranza, la niñez. Y tomo uno, sin pagar, escondido entre la humanidad, y lo trago. Amo los duraznos. Y la mano y pensamiento que lo siembra y cosecha. Por eso vuelvo a la alta California. Por eso viajo a los campos de Guanajuato. En sueños.

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