¿Y si bailamos?

Y miras, sí, que hay un trío de músicos tocando en la calle. Dos con mandolina y uno con guitarra. Y de improviso un hombre se pone al frente para hacer un solo de baile. La melodía que tocan es El baile de Zorba, conocida también como Zorba, el griego.

Solo que contagia música y baile. Y lo empiezan a rodear transeúntes, para contagiarse de la alegría. Y ríen. Y sacan su cámara para ese registro de vida. La alegría en la calle de cualquier ciudad, pero digamos que es Atenas. Y es en el barrio Psiri, calles con sus cafés y restaurantes, residentes afines a la bohemia.

La mandolina es un instrumento de ocho cuerdas en cuatro parejas, con afinación de Sol, re, la mi. La conocí en la secundaria. Mi maestro de música nos daba los instrumentos para que los lleváramos a casa. Y por las tardes me veo desde esta edad a aquel que fui, sacando las notas de un libro que contenía breves notaciones musicales en pentagrama.

Miro el trío griego y al que baila. Lo miran asimismo decenas de turistas locales y extranjeros. Rién. Y se miran entre ellos, como diciendo que deben atreverse. Uno dice a otra. ¿Y si bailamos? No le entiendo, no. No hablo griego.. Ni estoy allí. No sé en qué idioma se lo dicen. Peor las miradas hablan el mismo idioma. Y el olor del trajín diario, de caminar como turistas. Y ella dice sí, y ya están acompañando al solitario que baila.

La gente aplaude, porque así es la vida. Los aplausos son para ellos mismos, para sí mismos, porque en quienes se atrevieron se ven a sí mismos, viendo, pero viéndose en los siguientes segundos o minutos, atreverse y pasar a la acción. Si la vida es para vivirla. Y una pareja que parecen esposos sin niños, se atreven y pasan. Así la vida, de quienes se atreven. Baila, Bailo, bailemos.

Bailar es una metáfora de la vida. Sea bailar o cantar. Sea caminar y viajar. Sea sentir calma y armonía interno. Sea barrer el frente de tu calle. Sea regar y cuidar plantas y hasta hablar con ellas. Sea hacer un cometa y soñar que andamos allá en lo alto montado en ellos y viendo desde las blancas nubes el fluir de la vida allá abajo. Eso es saber vivida. Como decir ¿Y si balamos? Claro que sí.

Para entonces ya van dos minutos de El baile de Zorba en la plena calle, con mesas afuera de un café o un restaurant. Y ya son decenas de jóvenes y viejos al ritmo de esa guitarra, siguiendo la melodía de las mandolinas, y soñándose en la película acompañando a Antonhy Queen (Antonio Reyna, para los amigos), con la magia del blanco y negro, y la risa a borbotones, y el rimo y los pies, y no solo los pies, sino el cuerpo entero diciendo el discurso de la vida sin palabras.

Yo escuché por primera vez esa melodía de Zorba en mi casa, cuando yo tenia una mandolina de la secundaria, ¿ya lo dije? Mi hermana dos años mayor llegó un fin de semana con un disco de acetato 45 rpm y lo puso más de diez veces esa tarde en un viejo gramófono. La tocaba Mikis Tehodorakis. Y mi mente viajaba a esa Atenas milenaria e irrepetible, peor no la de los discursos, ni a la de la filosofía y debates, sino a la de la música y baile, con esa alegría que mueve a los cuerpos que le buscan sentido a la vida y que lo encuentran en el fluir de la energía y del movimiento.

Entre todos los asistentes a ese café o bar en el barrio Psiri hay una conexión de la que poco se ve o habla. Sí, ya sé que no es lo mismo, pero es igual con cualquier melodía que convoca. Y no me refiero a que haya similitud en la música, claro que no. Aunque la alegría por vivir sea igual, por mover el cuerpo aún con al fuerza de gravedad que nos aterriza aunque queramos volar y la inercia nos detiene, nos somete y diluye en sueños anodinos. Hasta que nos damos cuenta de esa conexión invisible e increíble. Y es entonces cuando sucede el milagro, la maravilla de atrevernos a dar el primer paso, de los diez o doce que nos separa de quien nos ilumina, nos acercamos y aún con miedo le preguntamos que si bailamos. Y nos dice que sí, que claro, que cómo no.

De pronto uno de los de casa, quizá el padre, hermano o tío de uno de los que se casan saca varios platos blancos, de los que se usan para pastel y los empieza a romper con ritmo, como si tal cosa, como si hubiera suficientes, o muchos o de sobra. Y es que es una tradición de los griegos para desearles abundancia a los desposados, que haya mucho de todo, sobretodo besos y abrazos, y hacer el amor, y haya comida suficiente y risas, demasiadas risas.

Ya está El baile de Zorba de nuevo.  Pero decíamos que el baile es una metáfora para decir que lo que hagas con amor, esa es la actividad más importante. Que a la vida o al destino, o a un Dios en el que creas, no le importa si la desperdicias quedándote sentado solo viento sin mirar lo que sucede a tu alrededor.  Así que la pregunta de si ¿bailamos?, es la misma a si nos tomamos un café o si vamos a una exposición, al parque a oír cantar los pajaritos o una galería a ver lo expuesto y platicar que si el baile, esto o lo otro. Etcétera.


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