Condenados

1. Hablemos de condenas. ¿Qué diferencia puede haber entre las condenas míticas a los titanes, dioses o semidioses griegos, con las condenas a los seres humanos?  Por ejemplo, Atlas por perder la batalla dirigiendo al ejército del Cronos, se le condenó a cargar el mundo por sobre las espaldas.  Ixión, invitado al banquete de los dioses,  contó lo que había escuchado, además mató a su hijo Pélope, y robó el mastín de oro. Por tales hechos Zeus le lanzó un rayo que lo mató, pero además fue enviado al Tántalo, donde fue atado con serpientes a una rueda giratoria por toda la eternidad. 

2. A Ticio, lujurioso, fue condenado a ser devorado de su higado por serpientes o aves carroñeras (hay dos versiones). Sísifo capturó a Tánatos  y así logró que no se produjeran muertes. Luego engañó al Hades y escapó del inframundo. Por todo ello fue condenado a subir una piedra por la ladera de la montaña, que luego rodaba y tenía que volverla a empujar para subirla y así eternamente. Y así muchos casos de castigo como condena eterna.

3. ¿Los seres humanos Estamos condenados a las guerras permanentes? ¿Condenados al infortunio? ¿A la pobreza de millones y millones en todo el mundo, acentuados en Ameríca Latina, Africa y Asia? ¿Estamos condenado a ser países satélites de los imperios? ¿A que los j¡hijos de los obreros sean obreros, y los hijos de los multimillonarios, lo sean también por herencia social y genética? ¿Es cierto que el destino de la patria -y de los pobres- el dedo de dios lo escribió, a como dice el himno nacional?

4. Hace días un amigo periodista me preguntó el por qué son interminables las guerras, terminan en un lugar luego de varios años y sangre derramada, y empieza en otro lugar? Yo por lo regular me quedo callado. Pienso en las empresas multinacionales que fabrican armas, en las que reconstruyen las ciudades destruidas, en las que trafican con el dolor humano con las medicinas para los tantos enfermos, y en las trasnacionales que venden frituras y gaseosas y promueven su consumo. Y a veces lo digo.

5. Ser condenado es una palabra que asusta. Desde niños la escuchamos, sobretodo en dos circunstancias. Tanto a un hijo de vecino que lo habían condenado cuando cometió un delito, y que la condena fue por cinco, diez, veinte años, dependiendo del delito cometido. Y también la escuchamos en los sermones de la iglesia. Allí era por toda la eternidad, como decir por condena a perpetuidad. Y aún para infundir más horror la dibujaban con llamas por todos lados. Uy que miedo. Y temblaba de niño tan solo imaginarme en esas circunstancias.

6. Luego a través de la lectura fuimos desmontando las intenciones de esa palabra. En la primera se sabe que forma parte del lenguaje del contrato social para inhibir las conductas que dañen a otros. Saber que si cometes un delito que va en contra de individuos y el colectivo, tendrás que cumplir una pena segregado en prisiones. Y no está mal. Solo que luego se descubre que la estructura jurídica del estado protege principalmente la propiedad privada. Y la propiedad privada no está ni siquiera enfrente. Sino está en el centro de la ciudad, en las reservas de los fraccionamientos exclusivos y en las grandes extensiones de tierra.

7. La otra condena va sobretodo en el sentido del espíritu que se confunde con la carne. Se le llama pecado. Y parte tanto de la tabla de los Diez Mandamientos, aquellos que según Moisés le fue dictada y se refiere a no robar, no mentir, no fornicar, ni desear la mujer de tu prójimo, etc. Andaba quizá tan mal el asunto en esos tiempos, que Moisés pidió ayuda divina, bajó del monte a donde se fue a orar y bajó con una tablilla donde venían dichas prohibiciones. Allí se refería a la búsqueda de mantener la calma, dominar los instintos (que es la naturaleza) y lograr la convivencia, que es la parte cultural.

8. Hay otra condena, aquella que según se dice "ganarás el pan con el sudor de tu frente". Y entonces hay que trabajar para obtener un salario que se pretenda digno y de esa manera sea tal que te permita sufragar los gastos de tu familia, y que tengan alimento, casa, educación, salud y diversión. Para esto se requiere un salario utópico que ni los países desarrollados lo alcanzan. Y me refiero a la población en general.

9. Yo, que crecí en Matamoros, de niño fui testigo cómo se levantaron grandes fábricas manobreras llamadas maquiladoras, y escuchaba los timbres de entrada 15 minutos antes de las 7 de la mañana y de salida a las 3 de la tarde, (se trabajaba en tres turnos) y miraba los rostros de las trabajadoras principalmente y de los obreros, siempre cansados, siempre con gestos adustos, como si fueran condenados a trabajos forzados con horario definido, jornada laboral un tercio de su vida y salario que apenas les daba para comida y transporte, y había que apretarse el cinturón para ahorrar y poder comprar lentes, una muda de ropa de vez en cuando y pagar el agua y la energía eléctrica. Contrataban adolescentes, por supuesto.

10. En Semana Santa compré un kilo de camarones para hacerlo mitad en ceviche y en coctel la otra mitad. Y me puse a pelarlos. Se me encajaba una de sus antenas o la misma cáscara en las manos. Luego de media hora, al terminar, me unté limón para quitarme el penetrante olor. Y me dolía por las leves heridas. El olor aún quedaba. Quizá ya me lo había quitado, pero lo tenía en la nariz adherido. Lo cuento porque me acordé que en esos años de los 70s en Matamoros veía entrar a las trabajadoras de las empresas camaroneras, vestidas de blanco y cofia en la cabeza, como a imagen de enfermeras, y las veía salir, luego de cumplir las ocho horas de su trabajo diario. ¿Una vez tuve una amiga de mi edad, muy guapa -luego fue mi novia- y le pregunté qué hacían. "No creo que no lo sepas? Pelamos camarón", me respondió sonriente. "¿Las ocho horas?" Le contrarespondí con la pregunta. "¿Y qué esperabas?, que trabajáramos una hora y descansáramos siete?"

11. Una condena ya sin llamas es la eternidad. El hecho de querer morir y no poder. Dicen que en eso los dioses envidian a los seres humanos. Dicen. Se dice que Alejandro Magno, o el grande idiota, soñó con la eternidad. Y luego que recibió indicaciones que fuera a un lago lejano a beber el agua que hace inmortales a los seres vivos, y a punto de beberla, un cuervo le pidió lloroso que se detuviera, que lo que iba a hacer era insensato. Que él (el cuervo) tenía millones de años viendo lo mismo, que deseaba morir, pero no podía por estar condenado a la inmortalidad al beber de esa agua. Mejor la condena a muerte... luego de vivir grata la vida.

12. Hay quienes no lo saben ( o no lo sabemos) pero estamos condenados cuando no descubrimos la importancia de la vida, y nos la pasamos quejando, maldiciendo, echándole la culpa a los demás de los dolores y desgracias nuestras. Nos la pasamos buena parte en el trabajo maldiciendo el trabajo que tenemos, haciéndolo de manera rutinaria, y esperamos el fin de semana las vacaciones, etc. De niños esperamos crecer. Llegar a la mayoría de edad. Luego viene la edad adulta y, con nostalgia y pesar, extrañamos esa alegría del juego de la infancia. Luego viene la edad de viejo. Y qué les cuento. Malgastada o bien usada, termina la vida y viene la descansadora muerte. Así sea.

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