Santa Cecilia

Con la Ocarina obtuve nueve datos mas las combinaciones. Suaves y delicados los sonidos. Y el son este que anda por aquí. Del corazón. Y rota la cuerda de la guitarra, el músico se hace acompañar. Recuerda el violín de aquella época. La Negra y La diferencia. Eran rutas de sonidos. Y el maestro Juan Pablo nos iba dictando la historia de México a través de sus canciones. Cucarachita Martina, ¿quieres bailar? ¡Encantada! Y le daba al acordeón, melodías francesas o griegas. La vida en rosa. Abril en Portugal. El baile de Zorba. Luego fuimos jubilosos con serenatas por el 14 de febrero. Las lágrimas vivas por alegría en amaneceres junto a la ventana `por eso de las reconciliaciones. Y los besos tronados por el gracias, de qué. Y nuestros oídos seguían con canciones en la radio recordando tarareos de música de películas. Y en vivo esos bailes populares de la terraza Marys. Admirar a los músicos en sus interpretaciones de baladas de los 80s o las cumbias. Y en los negocios de rent a music, incluido el piso de madera para el taconeo norteño, mas trabajadores del 15$ por pieza. Luces apagadas. Música de fondo. Y notas a capella del ronco pecho para alegrar los corazones. Y vinieron en cascada los cantantes de moda. Y los de los bares solitarios cantándole a la muerte que es lo mismo que el amor. Y los cancioneros guardados bajo la almohada para seguir con el ala cercenada un canto a la amistad. Un romance de castillo azul para la historia. Y la música alegró los cien mil corazones a la espera de la felicidad permanente. Gracias, Cecilia, por cuidar de esos pensamientos de fiesta que hacen, crean y gustan de los sonidos combinados en armonía con los silencios. Felicidades a mí y a quienes de verdad lo son, de oídas o por nota, pero sobretodo por ese alegrar los corazones, para que la vida sea una fiesta permanente. Que Dios nunca muere.

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