Digamos que un hombre muere
Digamos que un hombre muere. Queda bocabajo una tarde de domingo. Vio el futbol. Y murió alegre pues su equipo metió dos goles al final. Y él gritó hurra y su corazón añicos. La televisión quedó prendida. Las hormigas empezaron a convocarse y firmar volantes. Digamos que cuando un hombre muere, muere la humanidad entera. Y ninguno. Se van con él los poemas aprendidos, los escritos y los por escribir. Con él se van los recuerdos de ánimo desbordados. El recuerdo de los besos dados y los intencionales por dar. Raposa la muerte lo capturó al paso. Los poemas, carajo. Los poemas. Un hombre muere. Y con él el pálpito reverberante de las palabras. Amas y señoras ciegas. Y vienen las esquelas. Los mensajes de otoño. Discursos sobre el buen hombre. Al final de todo qué importa, era un buen hombre.
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