Un fantasma

1. A veces escribo cartas que no envío. O envío cartas que no he escrito. Es entonces cuando vuela mi pensamiento grafitizado. A veces no le pongo timbre, porque ya no venden. O cuando consigo uno que le quito a otros sobres, me olvido de ponerle sobre, solo el timbre usado a la hoja donde escribí al inicio lo de "querida". Y me olvido de lo demás. Entonces la carta queda en mi escritorio. Con las alas cortadas.

2. He ido sin ir a fiestas que no quiero. Llego, saludo por protocolo. Y por protocolo me dicen ¡qué gusto verte! Y me siento en un lugar apartado y poco a poco se sientan a mis costados, y no paran de encajarme flechas de palabras. Que yo esquivo lo más que puedo. Si acaso digo mi nombre y domicilio. Y me preguntan de lo último que he leído o escrito. Y es cuando me asaltan enormes ganas de irme, pero me quedo. 

3. Llegan el novio y la novia de la boda. Y me saludan y piden tomarse fotos conmigo. Yo les digo que no me reflejo en los espejos y es probable que en las fotos tampoco salga, porque la fotografía es producto de un juego de espejos, donde la luz es la que hace el efecto de líneas sin contenido, risas oscuras y miradas que miran hacia otro tiempo. Y de todas maneras poso. Ellos ríen, claro. Y a veces sí aparezco y otras veces no, depende del sentido. Para ser franco he tenido que hacer el truco del fantasma. Y entonces tomo el mantel y me lo pongo sobre mí, cubriéndome todo. Y el mantel sale en la foto con vacío dentro, y cuando menos lo toman como juego los nuevos esposos. Foto con el fantasma que eres, dicen y se alejan hacia otras mesas. Y yo siento alivio.

4. A veces escribo cartas que no envío. Las guardo y las vuelvo a leer, y siento al leerlas que soy otro. Y me aventuro en esos textos al enterarme de cosas que cuento que viví y son tan ciertas, pero me parecen extrañas, como si volar fuera natural, o vivir en cuevas fuera lo normal. Dirán que son mentiras que yo mismo me creo. He estado en psiquiátricos, por lo que me han contado. Y en retiros forzosos de adictos a la lectura, de donde me he escapado, porque la lectura debe ser un gozo, no producto de apegos que hacen daño a la existencia.

5. ¿Cuántos kilos de carne roja consume al año? ¿Cuántos libros? ¿Cuánta carne de ballena? ¿Cuántos minutos de canto de pájaros escucha? Y preguntas así por el estilo que me vuelven cuerdo. Como si fuera un tormento acosarme con preguntas. Les cuento de ovnis. de abducciones. De lo blando que es el acero en otros planetas. De los libros que son chips en otras constelaciones. De las guerras floridas. De las causas del ascenso y caída del imperio romano. Y creen que todo eso lo invento. Porque no encajan en los datos que nos han inculcado de las historias oficiales, historias del poder. En otros tiempos hubo misas en latín más concurridas que ahora. Y en Europa ahora las iglesias católicas lucen semivacías, y muchos de los asistentes son turistas.

6. Cuando despierto parece que duermo de nuevo. Porque dormido sueño cosas reales. Tan reales que sucede lo que voy soñando. Como encontrarse una cartera con billetes de altas denominaciones. O andar húmedo en ríos, playas y lagunas. Sueños húmedos les llaman, por eso de las interpretaciones. O que vivo en bibliotecas interminables. Y cuando despierto entro a otros sueños, como que estoy tomando clases de piano, encuaderno libros, hacer injertos en plantas para doble propósito o monto vacas en rodeos llenos de gente, que se mueven sin descanso hasta que me tumban y caigo de la cama. Despierto de nuevo hacia otro sueño. Y así sigo, como que sueño que escribo.

7. "Ya no siento nada por ti", escuchó. Y cerró los ojos para no escuchar, pero miraba aún el eco de las palabras. Creía sentir caricias. En ese momento entendió lo que significaba el Apocalipsis, con terremotos, trombas, incendios, plagas, lluvias interminables, vientos huracanados. Estaban aún dentro del auto. Y él bajó cabizbajo, sintiendo que todo había acabado. Y no era más que el apego terrenal. No era más que la soledad acompañada. Fueron tres días terribles como luto. Luego de un baño con agua tibia y de escuchar música de piano, creo que era "Claro de luna", de Claude Debussy, como fondo en el ambiente. Abrió las ventanas de su corazón nuevamente. Y sintió el impacto de la luz como un renacimiento. 

8. "¡Por siempre y para siempre", escuchó decir como promesa llena de más promesas, como.las.muñecas rusas. Eran como campanas de iglesia en volumen mediano, o como sonido de cristales finos en el espantasueños,  al entrechocar con el aire. O como ese sonar de tambores africanos que se escuchan de sed lejos y es el corazón con el instinto a plenitud en el correr de la sangre. Una promesa que dura, cuando mucho, apenas meses. O más, dos o tres años. Y poco a poco esa eternidad muestra su finitud. Y se apaga como vela encendida que se va consumiendo. Y "échele otro cinco al piano", que lo bailado nadie lo quita.

9. A vece escribo cartas. Le digo a la sicóloga. Ella sonríe, y al hacerlo se le forman hoyitos en las mejillas. Su voz se escucha como miel. Y dice que es natural. ¿Y de qué tipo son? ¿Y para quien? Y es entonces que le cuento una historia de amor eterno que duró mil años. Ella ríe, porque sabe de lo exagerado que son los enfermos. Piensa en qué trastorno o síndrome acomodar lo que escucha, para poder pensar en decir el diagnóstico, y poder recetar idas al campo, caminar en parque por las tardes, hacer dibujos o pintar cuadernos. "Escriba cartas", pero una que sea para mí. De cómo se ha sentido desde que vino por primera vez. Y si ha sentido algún cambio. O sí considera que es pérdida de tiempo. Yo miraba su sonrisa y mirada, su piel canela. Y los hoyitos en las mejillas. "Sí, una carta parabusted", apenas dije.

10. Te cuento que el jueves, al pasar por el área de salida, donde hay decenas de secretarias escribiendo en las computadoras los informes del día, me despedí con una expresión fuera de lugar, pero motivadora de risa. "Feliz fin de semana. Nos vemos el lunes", dije. Y ellas rieron a coro. "Pero si hoy es apenas martes", corrigieron. Y causó e efecto que quería, porque efectivamente era martes y yo lo sabía. Así que el viernes siguiente, salí y les dije lo mismo: "Que tengan feliz fin de semana. Y respondieron a coro, sonrientes: "ahora sí es viernes. Que tenga feliz fin de semana".




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