Triste Navidad en 2001



Triste Navidad de 2001

1. Cada quien con las historias personales que, a final de cuentas, no difieren mucho. Lo cierto es que hay un antes y un después de la muerte de la madre. Y cada Navidad me remonta a ella, por su muerte el 25 de diciembre de 2001. ¿Me duele recordar? No, de ninguna manera. Los ciclos se cumplen. Me refiero a los ciclos de vida. Y un buen día se presenta el final, que debe ser como otro comienzo. El fin, como el letrero en las películas en blanco y negro. Como si no fuera suficiente la última escena y para que no quedara duda, ponían el letrero FIN.

2. Murió Leonor a los 73 años. Chamacona. Ella vivía de hacía años con diabetes. Convivía con la enfermedad. Puntualmente llegaba a su cita médica mensual. Y recibía su paquete de medicamentos. El tratamiento lo cumplía casi al pie de la letra. Tan así que cada año recibía diploma por ser paciente cumplido. Me lo mostraba orgullosa. "Yo también gano diplomas", me decía ufana. Eso en referencia a que yo de niño sacaba diplomas de aprovechamiento en la primaria y secundaria. Y ella me los guardaba con mucho orgulloso amor.

3. Si aún te duele no lo recuerdes. Si has pasado por algo que te dolió mucho y no lo has podido superar no lo recuerdes. Deja que siga su proceso. La vida es la suma de instantes. Dolor y alegría se funden en uno solo para que el espíritu se forje. Ni piedra ni agua. Una mezcla de ambos. Y así vamos. Si solo fuera agua no podríamos contenernos y nos acomodaríamos a la circunstancia sin distingos. Si solo piedra, nos golpearíamos constante en las corrientes de la vida, como de ´rio. Así que si te duele no recuerdes el dolor por los apegos.

4. A los 73 años es una buena edad para irse. En la plenitud de su risa. En su movimiento completo. Iba y venía en el trajín de lo diario. Haciendo la comida. Viendo la tele. Lavando ropa. Durante años se resistía a que le compráramos lavadora. "¿Y cómo voy a hacer ejercicio?", decía riendo, y nosotros reíamos también sabiendo que lo decía como de broma pero era verdad. Así que para lavar era en su tallador, las exprimidas las hacía con sus posibilidades de fuerza. Y la mirábamos feliz tendiendo la ropa. Y luego doblándola.

5. Yo hice mi parte, viviendo radicado lejos. Cada año hacía mi viaje por la carretera del Golfo (lo sigo haciendo), de Villahermosa a Matamoros, y el retorno. Siempre con el cuidado vigía. Un parpadeo, un pestañazo significa accidente mortal. Así que precavido siempre en esos menesteres hacía mi arribo regularmente en los diciembre. Y en ocasiones eran dos viajes, este y en Semana Santa o en las vacaciones de verano.

6. Ese diciembre digamos fatal, habían operado de la próstata a mi padre. Todo el barrio lo sabía. El 22, aún en el hospital, lo revisó el doctor. "Llévenlo a su casa, para que la Navidad no la pase acá". Así que llegó Don Juanito a su casa en silla con su bolsa plástica a un lado que acompaña a estos enfermos. Y lo vieron los vecinos. "Que bien que Don Juan va a pasar la Navidad en su casa". Así que se preparó todo para la Nochebuena. Y bien: unas 30 personas entre hijos, nietos, tíos y sobrinos. Unos en el patio. Otros dentro. Don Juanito alegre entre sus descendientes. Y Doña Leonor a las 11 me invitó la acompañara a la misa. Pasaron sus amigas vecinas por ella. Yo no fui. Y de eso sí me he arrepentido siempre. ¿Qué me costaba acompañarla, yo increyente de los ritos?

7. Ella tenia su movimiento normal o casi. Ella iba al super. Iba a la iglesia contenta. Cruzaba el puente internacional para hacer compras o de visita a mis hermanas. No usaba bastón porque no lo necesitaba. Su peso era algo más del que le correspondía a su estatura de 1.70. Solo que hay tiempo para quedarse y tiempo para irse. Y es el que no comprendemos. No en los apegos. No en esa querencia que nos mantiene unidos. Y llegó la Navidad. Así que regresaron las hijas por el recalentado. Y más que por ello, por seguir las charlas que son interminables. Ya a las 6 de la tarde, el 25, Doña Leonor entró a la cocina y preparó café con leche para todos. Nadie le pidió. Y luego entendimos que en su presentimiento era su despedida.

8. Todos en la sala. Yo, en la cocina leyendo la revista Proceso, la miraba entrar y salir llevando las tazas de café. Ya me había dejado el mío. "Gracias". "De nada". Estaba satisfecha y plena. Contenta de ver su descendencia unida, dicharachera. Ya a eso de las 9:30 pm se fueron despidiendo mis hermanas con su familia. Y a las 10:30 escuché el grito de que Doña Leonor se sentía mal. Y a lavarla al hospital, me dije. Ya cuando llegué a ellas estaba sentada en el mueble de sala frente a la televisión, definitiva fulminantemente muerta. Llegó la cruz roja. El paramédico le hizo la prueba de la lamparita de luz. La pupila no reaccionó. "La señora está muerta", fue la conclusión. Lo demás ya es sabido por imaginado.

9. Al día siguiente en el velorio. Los vecinos daban daban el pésame por Don Juan. creían que el fallecido había sido mi padre. Porque recordemos que el convaleciente de operación era él. A él es quien le habían visto cuando lo llevaron al hospital. Supieron de su operación. Y o vieron llegar a sus asa el día 22, para que pasara la Naviad con su familia. Y luego de dar el pésame por él, lo veían sentado, triste, cabizbajo en un rincón. "Ah, perdón, entonces ¿quién murió?". Doña Leonor.

10. Era 25 de diciembre. El año, 2001. Don Juan le sobrevivió 16 años. El tiempo cura. El viaje de regreso a Villahermosa lo hice apesadumbrado. Sabiendo que los viajes a Matamoros serían distintos. Y que no dejaría de hacerlos. Porque es el llamado del origen, al que estamos indisolublemente ligados. Una semana después reflexionaba yo sobre los procesos de vida y muerte. Y comprendí la expresión de "sentimientos encontrados". La alegría de vivir y morir. En este caso la tristeza por la muerte de mi madre, sentimiento encontrado con la dicha de saber que no llegó a esa edad y condición en la que se sufre de más y sufren los que están cercanos y alrededor, cuando ya se depende de todos de los demás.

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