Escribo, escribes, escribimos

Escribo. Mi madre me mira escribir desde la cocina. Se asoma a la salita. Y regresa a lo suyo del momento. Ella prepara los alimentos como si los escribiera. Algún día me escribirás algo para mí, me dice festiva en una petición rara, por lo extraño. No tiene necesidad de pedirla. Afuera hay frío. Adentro no lo sentimos tanto. Mi padre salió a trabajar. Como todos los días. Aunque no precisamente a trabajar, hay frío, el pasto casi no crece. "A qué vas, Juan, si no hay trabajo", le pregunta mi madre, aún a sabiendas de su respuesta. "Algo he de conseguir, nadie traerá algo aquí hasta la casa". Y sale, bien abrigado. El viento del norte cala, como filo de cuchillo recién afilado. Y peor si es frío con lluvia. Anticipa heladas. Yo escribo. Mi madre sigue en sus labores. Prepara atole. Me lo acerca. Como si ella escribiera. De vez en vez le pregunto de sus recuerdos. De niña o muchacha. Y me cuenta como si escribiera. En ese tono de nostalgia. De sus padres, de sus hermanas, de sus enamorados. Del arroyo fresco que pasaba cerca de su casa. De los duraznos y manzanas en el patio de su casa. Escribo. Mi madre sigue en su faena. Como si escribiera la vida, la suya propia. Ella que no sabía leer ni escribir.

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