La plumas de amor

 


1. Resplandor tienen las plumas. Contienen en su interior miles de historias  que irán apareciendo a costa de su fin. Las populares son lo común. Que cualquiera puede tener. Solo que en algún momento quisimos una especial, que destacara por sobre las demás. "¿Qué le regalo a Don Toño?" Un libro o una pluma. Dicen que le gusta escribir.

2. Mi padre solía recibir camisas de regalo: sobretodo en navidad o su cumpleaños. De adolescente algunas me quedaban a mí. O decía que no le quedaban bien para que me las quedara yo. Y entonces las solía lucir. Él prefería las que le quedaran cómodas, pero que además tuvieran bolsa. Siempre cargaba su pluma, para lo que se pudiera ofrecer. Además que cargaba decenas de papeles, notas, recados o tarjetas. Yo a veces me asomaba a algunos de sus apuntes. Pocas con nombres de hombre. Las otras, de mujer
3. Además se encontraba plumas por la calle y me las regalaba a mí. "Mira la que me encontré", me decía. Y yo las sopesaba, las probaba, las valoraba. Y el se daba cuenta si me gustaban. Entonces las ponía a mi disposición. No eran de mucho valor. Por lo regular Sheafer o Parker. Y si eran de cartucho y tinta, esas de seguro eran para mí. En esa edad de los  18-20 años, traté románticamente de escribir a mano. Mas no pude ya. Por más que lo intenté.
4.  Lo he comentado: el teclado Querty lo aprendí a manejar desde los 12 años, gracias a una escuela vespertina para adultos, donde se me permitió practicar. La maestra Esperanza, me miraba asomado en la ventana, curioso. Y se compadeció. Y me invitó a entrar. Gustoso yo dediqué decenas de tarde a ejercitarme en el teclado de las máquinas de escribir. Y desde esa edad me acostumbré. Así que las plumas las traía de adorno en la camisa. Solo para firmar. O una dirección anotar.
5. Cuando los intercambios de regalo, cuando mis cumpleaños, o la Navidad, no falta una pluma que me regalan. Y me gustan, es verdad. A veces cuando voy a esas tiendas de regalos, me paso varios minutos mirando las plumas. Y siempre hay alguna que me gusta. Y por más vueltas que doy por otros departamentos, vuelvo a ese lugar. Son de una belleza singular. Y si están de oferta, suelo una comprar.¿Y para qué? Si no escribo a mano. Porque bien se ven en la camisa. Y más si logramos combinar su color. Una negra viene bien. Una roja o de color metal.
6. Tuve una de madera, creo ue de nogal. ¡Que bella esa pluma! Me gustaba sacarla a 8pasear. Parecía que se alegraba. O era mi imaginación. Y tuve otras que bien me puedo acordar. Solo que si entraba a algún banco u oficina, algún desconocido me la pedía para un documento o formato rellenar. Y la distracción de ellos o mía, hacía que me olvidara de ellas, y no las pude recuperar. Así que dejé de interesarme por ellas. Por los olvidos, y el dolor de perderlas de manera tan tonta. Me imaginaba ponerles un cordón y amarrarlas a algún botón de mi camisa.
7. Imagino las historias que se perdieron, cuando una pluma olvidé al darla prestada. Imagino el uso comercial que le diero para sacar cuentas. Para hacer tareas escolares por obligación. Y siento pena por el destino de ellas. Me gustaría saber que les dieron uso para escribir recados de incipiente atracción carnal de adolescentes en las escuelas. O cartas de amor de novios o amantes lejanos. O que cayó en manos de un verdadero escritor. Sí. Poemas, cuentos o novela. O en personas de oposición, las que escriben manifiestos o artículos de análisis o reflexión, de lo que está mal en la sociedad. O de académicos que esbozan hipótesis o se aferran a teorías. Que no cayera en quienes firman para acordar penas de muerte o declara la guerra. Declarar el amor, sí.
8. Fumar no pude, por más que lo intenté en la adolescencia. Yo miraba los comerciales del Marlboro. Y a mis compañeros sacar las volutas de humo cuando estábamos en reuniones. Yo encendía uno. Y a las dos o tres fumadas, me daban ganas de vomitar. Un año, quizá lo intenté. Camel americanos por paquete compré. Y los tuve que regalar a mi compañeros maestros de Tabasco que sí lograban fumar. ¡Qué bueno que no pude yo! Pues plumas fuente también intenté usar. Sería una singularidad. Sacar la pluma fuente y ser admiración de quienes estuviera cerca, hombres para envidia, mujeres para admiración. Y siga el guiño. Pero tampoco pude. Lo que sí es que mis camisas quedaban manchadas, por descuido, por mala calidad de dichas plumas.
9. Hubo una colección de esas plumas que llegaban de una a una en los puestos de revista, con su cuadernillo de historia correspondiente. De las que decía la publicidad que eran del tipo que usaban reyes, zares, emperadores, escritores famosos. Y puntual compraba yo la mía. Ya venían con su cilindro con tinta de repuesto. Claro, eran de colección, para no usar. O muy poco. Claro, se les secaba la tinta. Eran un desastre tal, que las tuve poco a poco, con dolor, que tirar. Antes las llevé a la Casa de empeño. Y me miraban con misericordia las guapas chicas que atendían. "lo siento, señor. No tienen valor de empeño". Y alguna considerada, me regalaba un billete de bajo valor. O me daban su tarjeta, e imaginaba que era para cuando "guste un café". No, es que trabajaban para casas de préstamos o crédito, por si se me llegara a ofrecer.
10. Lapiz, lapicero, portaminas, plumas. En Tabasco la palabra lapicero significa pluma. Pida usted un lapicero en la papelería. Y le preguntan "¿De qué color?" Y lo que conocemos como lapicero, acá se llama portaminas. Lápiz, sí es lápiz. Mirado número seis. Yo amo mi teclado Querty. Ahora es en computadora. Antes, en esas máquinas de escribir, cuyo sonido al teclear desprendía una bella música singular. Tac. Tac. Tac. Más en las salas de redacción, cuando trabajaban escribiendo al unísono varios reporteros. Con nostalgia por allí me gustaría de nuevo estar. Mire usted la pluma de adorno en mi camisa qué llevo hoy.
 

 

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