Cadáveres vivos


Los cadáveres vivos comen tierra y beben opiniones. 
Licuan sus palabras y las ofrecen como elixir en impactantes discursos. Con tres ideas entrelazadas tienen las recetas para todos los males. Amén. Con veinte palabras escriben encíclicas que nunca llegan a  Roma. A ninguna parte. Todos los demás, los otros, menos ellos, en todo están equivocados. Les señalan los errores. La paja, dicen, su vida, dicen. Los cadáveres insepultos componen el mundo desde su miopía. Otros lo intentan sin ojos. Cuencas vacías. Desfilan en pasarelas. Y su risa es como mueca. Tienen hambre y sed de éxito. Y no siempre la sacian, según el concepto que tienen. Quieren cantar y solo estertores se escuchan. Quieren vomitar y absorben. Quieren abrazar, y el árbol se mueve de lugar. No saben pedir disculpas, ni perdón. Gritan desde el fondo de un pozo. Y se inventan un pasado a modo. Sueñan con obras completas a su nombre. Sueñan con el laurel. Y no riegan las plantas de su casa. El laurel y el tulipán, secos. Andan perdidos, cadáveres vivos, en el laberinto del tiempo. Sumémonos mejor, a los cadáveres exquisitos.


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