Alfiler al corazón, tu ausencia

25 de diciembre de 2002. A las 6 de la tarde, con familiares en casa, en el callejón 6, de la Treviño, en Matamoros, Leonor, mi madre, preparó café y repartió sin que lo pidieran. Sorprendidos todos, hasta yo, que leía Proceso en la cocina. "Gracias", le dije. Me respondió "tómalo". Y a mis hermanas y hermanos lo mismo, y a las visitas también. Café con leche, lechero, como le dicen acá. Y la plática siguió, como si nada pasara, los temas al por mayor, hasta que las visitas se fueron, a eso de las 10 de la noche. Cuando recibió el aviso, ya acostada, su mano al corazón, se levantó aún con fuerza, y en la sala se sentó, como si televisión mirara. Y allí quedó. Tranquilita sin sufrir. Al rato los de la Cruz. Le hicieron la prueba de la pupila. Tres veces, por mi petición. La señora ya murió, nos dijo el paramédico. Y ay, dolor. Su velorio, las visitas, las condolencias. Creían que había muerto Don Juan, mi padre, porque a él lo operaron el 21, y el 22 con su sonda, lo mandaron a la casa, todo eso la gente lo vio. "No puede ser, Doña Leonor", decían. Si apenas a la misa de gallo, la noche del 24, asistió. El 27 fue el entierro. Brotará hierba fresca del lugar donde quedó. Y el 28 en la mañana, de veras que se notó, Inmensa su ausencia, desde la mañanita. Al entrar a la cocina. Nada igual desde ese día.

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