Debussy

Debussy, sí, al instante. Música a la carta. En lontananza las historias cien mil veces repetidas. Agua, eternidad, muerte. Un vaso. La lluvia. Un vacío como espectáculo de la muerte detenida. Pero estaba Debussy. Y yoga. Sí. Había construído un sueño. La guitarra estaba rota. La llevé a reconstruir en una cita sin casa. Reparación total. Y enfrentaba el sueño de la realidad confrontada con el futuro. Estaba Debussi. Nada que ver con esos rayos de Tchaikovsky. Rayos y truenos. La vida es corta. Atrévanse, muchachos. Eran tiempos de caminos inciertos. Primaveras sin flores. Otoños sin hojas. Y estábamos despiertos hasta la respiración del último instante. La moda siguió su curso. El río su cauce. Y estaba el vals de la vida en su punto culminante. Y fue Debussy. Chopin también. Pero fue Debussy, como un salvavidas para el ancla. Fiesta de los apegos. Ahogos nocturnos. Mas, oh. Estaba la primavera al alcance de la mano. Y los frutos a punto. Y el botón para la flor. En sueños la vida seguirá siendo la misma. Por eso escribo Debussy. Y de vez en vez al trueno de Tchaikovsky. También Vivaldi y sus cuatro estaciones. Mar de murmullo en los sonidos. Sonatina escribir. La princesa está triste. Le seguirá haciendo falta el color.

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