Soy templo, dijo

Soy templo, y tu profesta. Quiso decir ya ni se sí poeta o profeta. De todas maneras no le atinaba, aunque lo decía con gracia. Estábamos sobre la arena de una playa en Grecia. Un castillo hicimos. De arena, que el viento derribó dos veces y tres veces lo levantamos. Estuvimos platicando mezcla de palabras, arena y piel. Había pocas personas que por cierto nos miraban de soslayo. Pasaba ella de triste a alegre. De enojo a algarabía. Me debes una canción. No es cierto. Un libro entero. Yo le hablaba de proyectos profanos. De flores exóticas. Y de pájaros azules. Ella escuchaba y se metía puñitos de arena en la boca. Soy bipolar, ya te dije. Así qué no te espantes si me sale espuma de la boca, después de la sonrisa. Traíamos una botella de tinto italiano de cinco dólares. Sabroso pero veneno puro para efectos del día siguiente.  Tomaba una copa. canturreaba mientras se estiraba unas de sus mechas. Torna a Sorrento y Volare. Yo cantaba Oh, que gustó y El amor, amor. De pronto se quedó dormida. Esbozaba sonrisas en el sueño. Quizá fue lo corriente del vino y las tres copas. Así, como tres horas, mientras yo vigilaba su sueño. Al despertar me dijo: vete, no quiero verte más, yo aproveché para escabullirme de su vida. Ahora, luego de cinco años me escribe. Me dice que sigue siendo templo y qué e l Partenón también fue templo. Y tú sigues siendo mi profesta. He olvidado datos, detalles. Salvó que haya sido un sueño. Aunque la vida misma lo es.

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