A los cuerdos

A los cuerdos porque saben de la sensatez. No les mosquea la rutina ni la esperanza fallida. Sonríen, saben de la fórmula etiquetada desde niños. Se acomodan en la fila donde nadie atiende. O listos buscan recompensa con amigos en asada por cumpleaños o goles. Los cuerdos han sostenido al mundo sobre sus hombros. Lo mismo que a la sociedad, a las instituciones y la avaricia de unos cuantos. Y hasta defienden a esos cuantos porque aspiran crédulos a ser parte de ellos. A veces sueñan o posan. A veces dicen mentiras blancas para que no se note ese hastío de la nada. Porque los cuerdos esperan la vejez con salud completa. Cumplen sus rutinas enmarañados en la misma. Los cuerdos componen canciones que no publican ni mandan al destino. Hacen las compras en el mercado. Pagan sus cuentas con meticulosidad. No arriesgan porque saben que la vida no es un casino de apuestas. A los dolores de aburrimiento se aplican pócimas de autoestima y ejercicio. Reprimen impulsos caóticos. Todo en orden. Cierran con siete llaves su casa y en su interior dan rienda suelta a su vicio. Los cuerdos cuentan borregos en el insomnio. Compran discos de locos y cuando les preguntan de sus gustos nombran a cantantes cuerdos. Previenen el infarto del romance. Se ayudan con sicólogos y nutriólogos cuando pueden para encausar su vida cuando el Yo les indica otros cauces. Pagan puntuales sus cuentas a la usura. Y responden con parsimonia a los cachorros herederos que van siguiendo el camino. La sociedad a como está les debe todo. Y por lo tanto reciben diplomas y cartas de buena conducta con medalla de gracias.

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