Elogio a la maestra
No soy sin la maestra. Aquella, sí, otra también, en general una y muchas. Las que me iluminaron con su sonrisa, con las letras de tiza en el pizarrón. Yo miraba de chico en segundo grado, su minifalda, pero regresaba a su voz y sonrisa, sin parpadeo. Era una y la misma como muchas, porque siempre después, en muchos de los grados, tuve también maestra, que eran muy diferentes en todo, pero siempre iguales en su mirada para el saber, y lograr con sus palabras, esa sonrisa y la satisfacción de saber que otro mundo es posible. Y saber que tienen sus familias o no; que tienen quebrantos en su interior, por eso es mayor ese su afán de mostrarnos el mundo con sus palabras, y ese niños "pórtense bien". Y saber que en unos años más iríamos por el mundo, ese de las sombras y espadas, en el que solo la luz, capturada en los salones, con nuestra maestra, nos indicaría el camino mejor. Dondequiera que estén, dondequiera que estés.
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