Día del libro

Hasta la cocina. Allí entre el barullo del invierno. Mi madre preguntaba sobre lo que leía. Y eran los libros primeros de la escuela. En blanco y negro. Con historias de otros pueblos. Comprendíamos las palabras. La novedad con sus imágenes. Remontamos a otras geografías. Una loba amamanta con leche tibia a Rómulo y Remo. O la lámpara maravillosa de Aladino. O el prodigioso miligramo de JJ Arreola. Luego ese pesado libro de Español con sus lecturas en secundaria. Allí se escondían los guiños de Leon Felipe, Machado y Espronceda. Y más en la Normal los ligeros libros de filosofía. Y el Poema XX. O el poema pedagógico de Makarenko. Para rompernos la cabeza y corazón con revoluciones en uno mismo. Sobre el ser y la nada; el qué de la vida y su destino. La cosa en sí. La realidad en sí. Y largos etcéteras que nos hacían reír nerviosos por incomprensibles. Hasta que los sentimos pomada para los dolores del día. Bálsamo del alma. Ahora solo las gracias. Por ser lo que somos por las páginas leídas. Es que caminamos más derechitos. Es que estamos erguidos dice la página 22. De historia y Geografía.

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