Locura, el tiempo

El tiempo. Ese fluir eterno. Río de los cien mil millones de cauces. Origen y destino. Lo abracé de niño. Para encontrarle sentido a la vida. Este respirar con suspiros. Y sueños. Me acompañaba de joven. Y me daba oportunidad de montarlo. Y me daba la oportunidad de sentir lo -y sentirlo- eterno. Un carromato en el juego. Y de pronto montaña rusa con música de fondo. Entre Serrat y José Alfredo. Luego fui encontrando algún dato relevante sobre hojas secas. Frío de invierno. Y aún así se posaba en mi hombro algún pájaro y alguna mariposa en mi frente. Locura, el tiempo. Las cien mil imágenes mezcladas en el recuerdo. Y presentadas en los sueños en secuencia inverosímil. Ese río. Aquella casa roja. Toda la ciudad roja. Y el vuelo entre viejos edificios del siglo pasado. Postales en sepia. Y el Kamasutra con imágenes de muerte chiquita. No he buscado definiciones de tiempo. En consecuencia  no las he encontrado. La ansiedad por las ideas sublima y a la vez corroe, como enfermedad terminal. Y escribo. Leo. Penumbro. Para tener algún dato y hacer bandera el día de la muerte. Sabia la virtud, Leduc. De conocer el tiempo.

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