Humo en los ojos con las viejas fotografías

1. Un tesoro es la caja aquella de cartón endurecido o madera, bien guardada, donde tienes fotografías.  Es un registro de instantes. Es el pasado click de la cámara que prolonga ese momento que decidimos guardar. Es el centro de imágenes de un pasado que sigue vigente mientras vivimos. Porque el ojo no enfocó la cámara en cualquier cosa. Tuvo un fin esa selección. Un motivo. Una razón. Una sensación. Que al verlas años después hacen que entre humo en los ojos. Y una lágrima despistada se asoma para recodarnos que somos tiempo no renovable.

2. No recuerdo cuál fue mi primera cámara comprada. Lo cierto es que tuve cuando estudiante de la Normal una casi desechable con rollo que nos daba para 12 o 24 tomas. Bien recuerdo una que le tomé a mi padre fumando la vida en un cigarro, semiacostado en la cama, como empezando a levantarse luego de estar acostado. Y ese momento de su cuerpo ni acostado completamente ni sentado en la cama lo registré mientras salía de su boca una bocanada de humo que en la fotografía queda en primer plano y detrás de ella él. Lo imaginé por su edad y rasgos como si fuera el actor Antonhy Queen en una escena de Los hijos de Sánchez. La foto no existe, la imagen en mi mente sí.

3. Cuando estudiantes fuimos en 1978 a los juegos internormales de Ciudad madero. Y yo llevaba una cámara profesional Canon. Teníamos el periódico estudiantil El Opositor y yo era el subdirector, Raúl Paredes el director. Y asimismo yo participaba en atletismo. Esa cámara me la dio prestada un fotógrafo que no recuerdo su nombre pero sí su apodo: "El Durango". De esa ocasión recuerdo tres fotos. En una está Mario Martínez en la parte más alta de su salto de longitud luego de recorrer los metros previos para culminar ese intento de llegar más lejos. En otra Joel Zúñiga en oratoria en el momento de su discurso donde levanta la mano izquierda (que ya habíamos ensayado: "aquí tomas la foto", me había dicho). Y tomé la foto aunque no encendió el flash, y él creía que no la había tomado y congeló en lo real el ademán y yo con la fotografía. Esas fotos solo están en mi imaginación (Y es poco probable que en la de ellos).

4. Y la última foto de esas sí existe y es un grupo de ocho compañeros donde yo no salgo, obviamente. Y están allí entre otros Toño Rocha, Óscar Eligio, Joel, Martín y otros más que no recuerdo. Lo que sí recuerdo y los compañeros también, es que nos hospedaron en un cuarto grande de hotel barato, donde estábamos como ocho. Y era barrio donde hay muchas luces de noche y música, y hombres y mujeres solitarias en entretenimiento que deja la boca seca, el bolsillo vacío o disminuido, y una resequedad en la boca de santo Dios Padre. Mis compañeros de cuarto se acuerdan de los disparates pretendidamente poéticos sobre las cucaracha y ratones que improvisé. 

5. Las imágenes están en nuestra mente. Entre más sean, mejor. Y algunas quedaron también fijas en un rectángulo impreso de datos que quedan para la historia personal. Reminiscencias de otras épocas. Allí los abuelos y padres que ya no están. Los amigos de la escuela. Algunos maestros o maestras con las que nos identificamos. Y también algunos alumnos y alumnas. Nos asomamos a esas fotografías. Y volvemos a sentir en el cuerpo sensaciones guardadas en esos espacios. ¿Los 15 años? ¿Las bodas y bautizos? La ida a la playa o al río. La clase. Siempre sabremos que de los mejores momentos, aquellos de más adentro de nosotros mismos no hay fotografías, pero sí sensaciones grabadas en nuestra piel.

6. Miro una fotografía de 1993. La tomé del fondo de la palapa donde trabajé con segundo grado de telesecundaria. El piso es de tierra en desnivel. Se mira parte de los bancos binarios. Los pies de alumnos con chanclas. Se ve un pizarrón viejo y chico, desgastado. Recuerdo que en algunas partes el gis resbalaba. Se ve una mesita con silla identificada de las que venden los artesanos poblanos. Sobre la mesa unos libros y un vaso con flores rojas. El pizarrón, fijo en unos cartones que dividen las dos palapas. Se alcanza a ver cartón del detergente Foca. Y unos trazos en él que al parecer podrían ser la explicación del teorema de Pitágoras (digo).

7. Más allá del burocratismo de tantos documentos al principio, en medio y al final del ciclo escolar, trabajar en grupo fue para mí siempre divertido. Tenía toda la libertad de cátedra que mi mente lograba abarcar. Nadie de mis superiores me dijo nunca nada sobre las películas que proyecté, sobre los libros de literatura que llevé para promover la lectura, sobre los ensayos de declamación y oratoria, sobre los coros en grupo, sobre los relatos que hacía, ni sobre mis charlas sobre la importancia del estudio para sobreponerse a la pobreza y en lo posible salir de la miseria económica en la que muchos viven. Recordemos que las telesecundarias fueron creadas para el medio rural.

8. Y siempre llevaba mi cámara a la escuela. Y tomaba fotos del trabajo escolar, de dentro del aula, sea en las horas de recreo, sea en los juegos de futbol o en los homenajes y clausuras. Debería tener muchas fotos, pero tengo pocas, por los cambios de casa, por las inundaciones y por la humedad. Aunque más bien por descuido. A veces me encuentro a un ex alumno o exalumna en Chedraui o Soriana o en la universidad. me saludan. Y me recuerdan de algo que se acuerdan y me dicen en coincidencia de mi cámara y de las lecturas. Siempre en la promoción de la lectura, en los primeros días (o el primer día) empezaba a platicar de Macario, de B. Traven: el leñador muy pobre que tenía 11 hijos, y que su sueño era comer un pavo él solo. Y que al egresar con la carga de leña, sudado y con hambre le preguntaba a su esposa: "vieja, hoy qué vamos a comer. Y la respuesta invariable era ´frijoles´. Hasta que un día... "

9. Y allí le dejaba. ¿Y qué sigue? "Aquí está el libro. ¿Quién se lo quiere llevar para leerlo en su casa?" Aquí levantan la mano todos, o casi todos. Y la dificultad de seleccionar quién se lo lleva. Y luego cuando lo termine se lo va a pasar al que sigue, y así en una lista que se hace. Pero hay otros libros que se presentan para que lleven a su casa. "Profe, ¿y si se me pierde?". "No se te va a perder, pero sí sucediera, no pasa nada". "¿Y si me lo rompe o raya mi hermanito?" "No va a pasar, pero si sucediera, no pasa nada". Y así al finalizar el día. Ah, y la "obligación" de leer solo dos páginas, y si no quieren seguir leyéndolo, a regresarlo el día siguiente y cambiar por otro.

10. Y qué alegría cuando un ex alumna o ex alumno me manda un mensaje como este: "Sabe, aún sigue en nuestros hermosos recuerdos. Mi querido pueblito aun recuerda a nuestro profe Fotógrafo y de talleres de lectura y redacción". Pues entra humo en los ojos.



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