Recordando a Edipo
1. Cuando pienso en el destino de los hombres, de las plantas, los animales y del planeta, pienso en la obra trágica de Sófocles, "Edipo rey". Por más que Layo, rey de Tebas, y su esposa Yocasta, trataron de burlar al destino, que el oráculo les había augurado sobre su hijo, el recién nacido. "Edipo, matará a su padre y cohabitará con su madre". A toda costa tratan de evitarlo, y al final de la obra, Edipo adulto descubre que a quien había asesinado era su padre y la mujer con la que cohabitaba era quien lo había engendrado. Entonces, cegado emocionalmente, se saca los ojos y quedan sus órbitas vacías. Él, ciego. Mas adelante, en continuación de la serie, a Edipo lo encontramos, de anciano, con sus hijas como Lazarillo. Pero esas son otras historias. El destino es ineluctable, sea la ruta que este tome. Es la enseñanza de las tragedias griegas.
2. Así he escrito hasta ahora, resignado a que no escriba poesía, novela ni cuentos, hasta ahora, sino estos textos en los que abordo diversos temas. Y en cada párrafo se me bifurcan o trifurcan y alejan de la idea principal, y a duras penas logro enderezarlos, reacomodando los párrafos, para ver cuál funciona mejor al principio, cuál al final, alguno elimino, y escribo otro que considero falta. De niño consideraba que mi destino era ir a la escuela y pasar por el frente de la iglesia San Antonio De Padua, entonces, según yo, tratando de burlar el destino, caminaba por la cuadra de atrás. Si mi destino era hacer la tarea, no la hacía. Si era no cruzar a nado el río Bravo, yo lo cruzaba para recoger toronjas en los huertos de aquel lado. Hasta que me di cuenta: mi destino era jugar a que lo burlaba. Y me daba risa.
3. Cuando empecé a escribir con cierto sentido literario, fue a los 25 años. Conocí a Teodosio García, poeta ya no infante, mas bien adolescente, y se imaginó él, por la plática, que yo escribía. Leía sí, le dije. Y de allí, al día siguiente, con ese empuje intencional o no, me puse ante la azul máquina Olivetti Lettera portátil y expulsé diez cuartillas sin pararme ni un instante. Y vi satisfecho mi primer texto, que luego fue publicado por allí, no sé donde, gracias a Teo.
4. Tomamos el autobús, o el ferrocarril. Nos lleva a un destino que creímos seleccionar. Nos detenemos en un aparador a ver lo que nos llama la atención de la mercadería. Levantamos la mano para opinar. Opinamos. Creemos medir el tiempo. Cruzamos raudos los calendarios. Y vamos en la vida -donde fuimos depositados un día- cantando, soñando. Para acercarnos cada vez a ese destino final que es propio de nuestra naturaleza viva, para fundirnos en la misma naturaleza y sus elementos que la conforman.
5. Ya ve, me pierdo en mi divagar. Y me encuentro, según mi parecer. Agradezco el respirar, el levantarme al despertar. El asomarme al exterior de mi casa, abriendo la ventana. Ver el instante casi mágico del cruce de la noche al día en el crepúsculo matinal. Y asimismo en las tardes cuando regresa a su condición la noche despidiéndose del día. Se le llama mecánica celeste, de la cual seguimos asombrados, aunque poco reflexionemos en ella. Tan precisa. Tan bien acomodada en ese movimiento de los astros. La luna alrededor de la Tierra. La Tierra alrededor del Sol. Los movimientos circulares o elipsoidales. Hay quienes no se asoman a ver las estrellas en las noches oscuras. Ignoran la radiante luna bella. Las esplendentes puestas de sol.
6. Ya en esta edad, en ruta a los 66, me ha dado por no terminar de leer los libros. Los empiezo y los dejo en cualquier número de página, síntoma de la edad. Lo que sí, es que ya pienso en la instalación de barandales que me prevengan y eviten una caída, en ese tartamudear de los movimientos del cuerpo, más lento, menos eficaz, rapidez lejana y perdida. "¿Ya se checó la presión, Don Antonio?" "¿Cómo andan los niveles de azúcar?". Los médicos no me esperan. Y yo me hago el remolón para retardar esas visitas que si no son indispensables hoy, serán urgentes algún día. Lo sé. Y prometo ir en ese mañana que se escurre en el día a día, aplazándose. Como la canción, "a partir de mañana".
7. Me gusta contar que en la despedida con Óscar Eligio, (el maestro de mi generación matamorense, con la edad semejante a la mía, que fue preceptor de sus amigos, en los que me incluyo, que nos guió en temas y lecturas, y en ese valorar la palabra como motivadora de la acción en la vida), en la plática última que tuvimos, un grupo de sus amigos con él, que sabíamos era despedida, por su enfermedad terminal y agresiva, cáncer en el estómago, alimentado por sondas, me dijo: "escribe una novela, Toño, donde los personajes sean buenos". Nos abrazamos y a los quince días murió. ¿Pero empezarla cómo? Contar esa plática quizá pueda ser el inicio. Este texto de hoy pueda ser como el aliciente para empezarla. No lo sé.
8. Es decir: mi destino puede ser que la escriba o no, que la empiece, o no, que la deje a la mitad o no. Pero estoy seguro que ese será mi destino, sea que la escriba o no. Empezar por ejemplo: "El destino de bondad se le impuso a los protagonistas de esta novela. Ninguno pensó en serlo, sino que fueron orillados como destino escrito en alguna parte, con la indicación que no podrían salirse del guion, como actores que fueran. Lo mismo pudo haber sido que el guion tuviera asentado que fueran personajes de maldad. Solo que no estamos hablando de moral, en toma de decisiones en el libre albedrío, sino de destino que se cumple inexorable. Personajes simple y solos".
9. Hace años que empecé a hacer ejercicio a diario. Caminaba unos cuatro o cinco kilometros en unos cuarenta minutos. Luego dejé de hacerlo pretextando cualquier cosa. Hace años empecé a escribir a diario, aduciendo que ese es mi destino, sin importar los temas, sin importar condiciones de tiempo, modo o lugar. Sean vacaciones, días festivos, si estoy en casa o ando de viaje. Así sea Navidad o último o primer día del año. Cada mañana tan pronto al aclarar, me siento a escribir.
10. A veces tengo el tema en la noche anterior. Y fluye el texto. A veces en las madrugadas, cuando me sorprendo despierto, le dedico minutos para buscar como aguja en pajar, el tema de horas después. A veces lo encuentro, y a veces me sorprende la luz del día, frente al pelotón de fusilamiento que no es más que mi computadora, presionándome, con la hoja digital al frente. Y no tener nada que decir. Y sin embargo se muevan las palabras para ese decir cotidiano. Entiendo que sea manera desesperada de darle algo de utilidad a mi vida.
11. Entonces recuerdo a Edipo, claro. De la primera vez que leí la obra de Sófocles, uno de los tres clásicos griegos. Y creí escuchar los coros, que van diciendo las reflexiones sobre las acciones de los antagonistas y los protagonistas. Y es entonces que Edipo, sí, el tema.
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