Nuestro apego a las cosas

1. Qué de cosas se van acumulando. Algo que quizá ocupemos algún día. Recuerdos vanos de nuestro paso en la vida. ¿Recuerdos para quién? Aquel puñado de tornillos con sus tuercas. El desarmador de estrella o plano por si se afloja alguno en la cabeza. El picahielo que fue de uso común cuando las fiestas y la barra de hielo por picar era necesaria para enfriar los refrescos. Y ahora no. Pero no nos animamos a tirarlo por si se ofrece en uso algún día esa punta especial. La taza sin asa a la que llamamos de Van Gogh, para hacer reír a las personas. Mientras tanto escuchamos una canción.
2. "Yo soy minimalista", dice ella. ¿Y ella quien es? Es una voz alegre desde dentro de la noria sin agua, que se escucha como eco en las madrugadas. Voz desde muy adentro, como conciencia de lo que somos. Recuerdos vagos de una vibración al unísono. Vertederos de palabras mínimas y causales marchando hacia tu oído. Amorosas, sí, cálidas, tibias. Minimalista por decir lo menos, acusando despego por las cosas. Si acaso una silla, una mesa donde recargar los codos y escribir ideas al alimón.
3. Cada organización de las neuronas son distintas, dijo sonoro en el salón, donde escuchaban cincuenta personas, ávidas por regresar al templo de la nada donde no suceden acontecimientos especiales, solo la rutina de todos los días. Como pasar sin vernos, sin escucharnos, sin mirarnos, solo saber que hay otros aparte de nosotros, indiferentes y miopes. Y las más de las veces ciegos sin lazarillo, dando tumbos sin brújula, creyentes y aplaudidores.
4. "No seas así, tan critico", recriminó. Y se quedaron en silencio buen rato, solo miradas escrutadoras uno del otro. Como haciendo fintas de boxeador viejo. Y esbozo de sonrisas. Empezaba a llover. La luna seguía comida a la mitad desde lo alto, observadora sin ver, mirona sin punto específico para determinar dónde ir para pasar la tarde, ni la noche. "Somos una manera de estar en el planeta", no otra cosa, decretó como si lo supiera todo y no hay más verdad que quepa en su cerebro.
5. Reflexionaban. Basta sí, una neurona que se comunica con otras en otra posición para pensar distinto. Basta otro orden en ellas para que sean otros los planes, otros los fines, otros los anhelos. No discutían ya, ciertos en sus certezas, seguros en sus ideas, irreductibles en sus posiciones seudoideológicas, sin darse cuenta que era propaganda de uno a otro bando. "¿por qué te quedas callado?" "Pienso, luego existo". "No presumas, pensador anónimo". Y así seguían, torpes, perdiendo el tiempo, sin encontrar ni una semana, ni hora, ni minuto, para el goce estelar. Era como un salto al vacío. Pasaban de un tema a otro. De un sarcasmo a otro.
6. "Decías de las cosas". Sí, me doy cuenta que he ido acumulando cosas de las que debo desprenderme, que ella no lo harán quizá porque me tienen afecto de tanto estar cerca. Aquella sala, te decía, por ejemplo, viene desde los tiempos de mamá Carlota". Ella no decía nada. Caminaba de una lado a otro, y de pronto se detenía mirando una reproduccion barata colgada en la pared de un cuadro surrealista o la Última cena, o LaPiedad. O almanaque con niños dioses o Sagrado corazón de Jesús.
7. Mi padre, tu padre, mi madre, tu madre. La parentela que nos antecede y la que nos sucede, sea en fila o en paralelo, viajeros compañeros en esta vida. "Son solo fotos", dijo como invitándome a tirarlos. Que nada quede. El carretón espera a fuera para hacer otro viaje. El refrigerador roto, la hilera con tapa suelta, la esfera de aluminio, que de algo ha de servir, los guantes de box y el costal olvidado en la bodeguera de enmedio de la casa. "¿Y esas cintas métricas con media cinta de fuera?" "Me pareció que ya las había tirado". Y siguen allí todavía, no he tenido tiempo de arreglarlas.
8. Se conocieron un día, sin tiempo para nada. Andaban a las prisas. Ya se habían cruzado en algunos parques, algunas avenidas. Cada quien con sus audífonos puestos escuchando sonsonetes de barrio, de ciudad, o toda la música posible. "¿Ya escuchaste el podscat de los vuelos siderales?", preguntó. ¿Qué dices? Realmente no le había escuchado, solo miraba sus ojos brillantes y su sonrisa elocuente. Me repitió la pregunta y enlazó el bluethut con el mío, y allí me tienes escuchando de otros mundos, otras galaxias, con sonido de naves y aves espaciales. Se conocieron sin conocerse. Otros quijotes cabalgaban en vuelo mariposas. Y a partir de allí hicieron una buena amistad sin verse nunca más en persona, que solo por vídeollamadas, mensajes digitales. Mandas una foto actual. Sin filtros ni retoques. Fuera lo que fuera eso, lo que significara, lo que provocara. El le recomendó podscat de asesinos seriales. "Horror", exclamó alarmada ella.
9. "¿Y que cosas más hay qué tirar?" Todo. despójate de todo. Lo minimalista es el signo de los tiempos. Nada hemos de llevarnos. Y las cosas se an convertido en el uso muerto que cargamos, sin dejar que las las libres se muevan sin ruta definida, como almas en el espacio sideral. "Loca, sí" Yo amaba mis cosas. tengo, por ejemplo un bongó comprado en La Habana, que pesa como quince kilos. Tengo, por ejemplo un piano para niños que me recuerda s los niños estudiantes de música, convertidos en jabón en la Segunda Guerra Mundial. Tengo, por ejemplo un mapa de antes, cuando solo había dos continentes. Tengo una lámpara que combate oscuridades. Tengo una estufa de queroseno, dice en una etiqueta aún legible. Tengo cancioneros y libros que servirán para la hoguera.
10. Tengo un reloj de arena. "Ya, no sigas", dice. Luego comenté de tres libros especiales. Con detalles cada uno de su condición, algo ajados, resistentes al tiempo, a las emociones y al comején. Mas me fui quedando dormido. La biblia era vieja. El directorio telefónico con su sección amarilla no se usaba. Nos fuimos quedando dormidos. Las cosas se reían. Y empezaron a platicar entre ellas cuando los dos estaban dormidos como muertos. O eran ya otras familias herederas de las cosas. Cuyo fin de las de las mismas era la basura en un caso, en otros la muerte. Y así sucesivamente.
11.¿ Y qué canción escuchaban? No se sabe bien a cierta cierta. Era quizá la de Macondo con sus mariposas amarillas. La del Unicornio azul que ayer se me perdió. Quizá era la de Pasaba por aquí, y ningún teléfono cerca. O quizá fuera La maza sin cantera. O Soneto a mamá, que dice no es que no vuelva porque me olvidado...

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