Adiós mis cien palomas
Adiós mis cien palomas
1. Primero fue una paloma la que llegaba a lo alto de un pilar que sostiene el techo de la terraza en mi casa. Yo estaba contento con su cotidiano cu cú en las mañanas, el mediodía y en las melancólicas tardes. Se me hacía como de novela. Luego fueron dos. Porque ese techo lo sostienen seis pilares, y llegaron a ocupar cuatro pilares, cuatro palomas con sus respectivas parejas. Y yo contento porque el concierto de palomas se escuchaba como de una alada sinfónica. Subía mi hamaca y la colgaba. Mis amigos cuando llegaban a las carnes asadas se sorprendían de la maravilla de palomas.
2. Lo que era curioso es que salían a defecar a otra parte. Y regresaban a sus nidos limpios o casi. Y su sonido es bello, natural los cucús. Pero algo pasó en su organización que quizá empezó una y le siguieron las demás, de tal manera que en las siguientes carnes asadas ya era imposible organizarlas allí por el gran conjunto de excremento en cada pilar. Y me ven dos o tres veces a la semana limpiando. Y con más rigor cada vez que había que arreglar y limpiar para las carnes asadas. Hasta que me sacaron de quicio. Por más que hablaba con ellas nunca mecieron caso. Me tiraban loco.
3. Un amigo me dijo: "has un espantapájaros de tamaño normal como de campesino de 20 años". Y busqué entonces en YouTube un video tutor que me enseñara hacer un espantajo de 1 metro 70 centímetros. Tardé, sí, pero lo hice. Y sí funcionó, pero solo como un mes. Las pérfidas e inteligentes palomas se dieron cuenta que era cartón pegado y disfraz de ropa vieja, inanimado, pues, y dejaron de espantarse. Y más: para mi burla su subían sobre la cabeza y los hombros. Yo me enojaba, claro. No son tan irracionales los animales, me dije.
4. Total que no funcionó lo del espantapájaros por mucho tiempo. Y me ven buscando en internet cómo alejar palomas sin hacerles daño, claro, por supuesto. Y más que tengo mi carnet de socio activo de defensor de animales. "Hable con ellas", me dijo mi coordinador de ese humanista grupo. Pero si ¡no me entiende!, argumenté fuerte. "Calma", me dijo."¡Tú eres el que no las entiendes a ellas. Lo que tienes qué conseguir es un búho. A ellos sí le tienen miedo". Yo creí que un búho de cartón, igual que el espantajo. Y de nuevo me ven haciendo un búho, este que me saliera más realista. Para eso llevé un curso de cartonería y pintura. Las palomas, por supuesto, allí seguían. A veces hasta parecía que tenían asamblea, de cómo burlarse de mí. O de nosotros. Porque no creo que sea único mi caso.
5. Terminado el búho, lo puse muy contento, y casi seguro de que ahora sí, adiós palomas. No hice más que acomodarlo y ellas corrieron a abrazarlo. Perdón, volaron a abrazarlo. ¿Alarlo? Y me ven todo confundido sin saeber que hacer con ese desastre que hacían con sus excrementos más que andar lavando ahora cada dos días. De hecho tuve que pedir permiso en mi trabajo de oficina para llegar una media hora tarde para dejar todo limpio e impecable. "¿Palomas?", me dijo mi jefa. "No no puedo darte más permiso con ese pretexto. Se ha de escuchar lindo el cucú", me dijo guiñándome y sonriente.
6. "Nooooo", me dijo mi coordinador de grupo defensor de animales. "Debe ser un búho real, uno de a deveras". "Peor me va a salir. Contraproducente", le dije. Ya me imagino la colonia de palomas en un número como de veinte, y los huevos ya puesto para reproducirse. Y luego un búho para alejarlas, que de seguro se va a conseguir una búha y luego vendrá la descendencia. Y luego, aparte de la colonia de palomas, se irá conformando una colonia de búhos. "Carne asada en tu casa ya no, mientras no acabes con las palomas", me dijeron mis amigos. "Acabar no", les dije rotundo. "Yo soy defensor de animales, que aunque me molestan por lo de sus excrementos, no tengo corazón para eso. No me lo perdonaría nunca". "Alejarlas, queremos decir", me aclararon.
7. Una vez, mucho antes de lo de las palomas, organicé una carne asada con los compañeros y compañeras de la defensa de animales. Y estaba empezando todo, cuando me vieron que yo blandía un matamoscas en la mano para alejar a esas que nadie invita pero se acercan por el olor grato que despiden las carnes cuando las tiene uno asando. Yo digo que ese olor es como si fuera una invitación química. Y me vieron con el matamoscas. "Qué haces, insensato". "¿De qué?", les dije yo azorado; y sorprendido, claro, de que me vieran fiero cuando yo andaba matando moscas y moscardones que nomás me descuidaba y estaban ya montadas sobre los suculentos bisteces de búfalo y de vaca. "¡Suelta esa arma!" Yo miraba el matamoscas. "¡Recuerda que somos defensores de animales, animal!" Luego de eso, disfrutaron contentos los bistecs de vaca y búfalo.
8. Yo las tardes me ponía a leer y las palomas me miraban. Dejaba de leer y les cantaba. Ellas me hacían coro con su cucú, cuando eran dos o tres. Pero ya veinte, me miraban mal, como que las molestaba al cantar el poema De Vicente Alexandre: "Se equivocó la paloma,/ se equivocaba./ Por ir al norte,/ fue al sur./ Creyó que el trigo era agua,/ se equivocaba./ Creyó que el mar era el cielo,/ que la noche la mañana,/ se equivocaba, se equivocaba./ Que las estrellas, rocío,/ que la calor, la nevada,/ se equivocaba, se equivocaba. Que tu falda era tu blusa, que tu corazón su casa..."
9. "¿Y qué puedo hacer?", le pregunté a mi coordinador de zona de los defensores de animales. Docto, me dijo que tenía una amiga química que podía hacer una mezcla de elementos que producen un olor fuerte y penetrante que las palomas no aguantan, y se alejan. "Pero hay que ser persistentes en ponerles cada tres o cuatro días, y vas a ver que se alejan de tu casa por siempre". Y así le hice. Me dio su número de teléfono. Contacté con ella. Me dio cita para consulta. Y ella, muy alegre se rió de mi pesar y penar por las palomas. Noté que al reír se alumbraba su consultorio. Me invitó a pasar a su laboratorio, iluminado igual con su sonrisa. Noté que se le hacían hoyuelos en las mejillas al reír. "Son lindas las palomas", me dijo la química. "Ayúdeme, voy a subri a esa escalera para bajar aquellos frascos." Le ayudé sosteniéndola por la cintura, para que no cayera. Y así estuvimos como por unas tres horas. Hasta que salí contento con una botella de líquido repelente para las palomas. "No es nada", me dijo cuando intenté pagarle. De paso me obsequió un repelente para los mosquitos. "Nomás no le diga a sus amigos defensores de animales".
10. Las palomas siempre me hn hecho recordar una clase de álgebra del maestro Catalino Díaz en la Universidad. Nos recetaba un acertijo. Es el siguiente: "un gavilán pasaba donde estaban ellas y le decía: Adiós mis 100 palomas. Y ellas respondían: no somos cien. somos estas mas otro tanto de estas, mas la mitad de estas, mas la cuarta parte de estas y contigo, Gavilán, somos 100. ¿Cuántas son?. Y allí nos veían quebrándonos la cabeza. Hasta que Hoscar Magaña, Toño el flaco, o Eleazar Esteban resolvían dicho acertijo con facilidad. Y yo no pasaba de X más X...
11. En efecto. Dejaron de llegar las palomas. Eso fue hace como tres años. Me salí del grupo defensor de los animales. Ya no mato mosquitos, ni moscas tampoco. Dejé de comer bisteces y pescado. Ahora puros nopales, rábanos y lechuga. Jugos verdes y cosas por el estilo. Ahora cuando me subo a leer a la terracita que tengo, dejo que la mosca bisbisé en mis oídos. Pero la verdad que extraño el bello canto de cucú de las palomas y los bisteces. Para superarlo le pido a Alexa que ponga ese sonido que me alegra mis tardes de lectura. Y cuando vienen mis amigos defensores de animales (me salí del grupo, pero siguen siendo mis amigos) les pongo a azar nopales y ellos piden que les saque los bistecs de vaca, de cordero o de búfalo. "Ya no tengo", les digo.
Comentarios
Publicar un comentario