Escribe una novela

 

 

 

Escribe una novela, me dijo

Antonio Solís Calvillo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1. Escribe una novela

Me dijo "escribe una novela". Estábamos en una parte de calorcito prodigado recíproco. Era septiembre ya arrivado el otoño, y era oscuridad con luz de luna. Y entre el escarceo de varios minutos que llevábamos, hicimos un descanso para acomodarnos el cabello, camisa y blusa, limpiarnos el bilet, y me soltó suave, de pronto, esa petición que no he podido resolver a pesar de los años que han pasado. Y vaya que han pasado. Más de veinte. En ese momento no me di cuenta que la petición y sugerencia era un indicio que lo nuestro iba ya de salida, y quería ella por un lado darme a entender que me reconocía como escritor, y que en la novela pudiera yo en alguna parte rescatarla del olvido. No solo del olvido mío, sino del olvido en la existencia misma. Uno se conoce, y por más breve que sea la relación, o sin mucho gusto y deseo, uno se acuerda. Pero no es lo mismo quedar como personaje en un texto literario o en un poema. Y si es posible con nombre y todo para que no quede duda de quién se trata, a quién se le rescata del olvido que sigue. El tiempo pasa o nosotros pasamos. Para el caso es lo mismo. Uno puede realizar muchas o pocas cosas en la vida. El olvido en unas dos generaciones o tres como máximos, está garantizado. Habran fotos, algún documento con la firma, pro al final se va todo a la basura. ¿Quiénes son esos? preguntan los niños que entran en la bodega y miran fotos y más fotos, fastidiados aunque curiosos entre el polvo y los objetos viejos.

 

2. Una carta

Me dijo en una carta: ¿cómo ve, Don Antonio?, quiero escribir una novela. Me lo sugirió una amiga a la que quiero mucho. Y me comentó varias cosas más.

Esa carta la guardaré con mi respuesta. 

"Escribe

Escribe una novela

Ya sabes, primer párrafo atractivo. Y espacio libre por contar mil y una cosa. Nada pierdes en intentarlo. La trama tenga un inicio y con eso te baste. A partir de allí deja que la imaginación vaya por todos los rumbos posibles. Un fluir de voces que reclamen su entrada. Qué no haya palabrería. Qué haya orfebrería con las palabras. Que haya personajes buenos que tengan tentaciones. No tengas tú la peregrina y socorrida idea de reinventar el género. Ya mucho sobre ello está dicho. Transita tu propio camino. Dejad qué otros digan que escriben las mejores. Dejad que otros escriban -eso sí- las que serán más vendidas con la fórmula de sexo y sangre. Oilos, pero déjalos ser. Si todo al final va al olvido. No creas eso de que debe haber un personaje ciego, un loco, un homosexual y una prostituta. Tampoco un genio incomprendido o el ladrón que reparte entre los ricos lo que roba.  Inclusive aunque lo haya, no importa. La novela no es el reflejo de lo que sucede en la sociedad. Sucede, sí. Novelas de caballería, bellacos y vaqueros hay muchas. Novelas cursis de amor hay en demasía. Novelas de hermanos que se pelean por herencias hay muchas. Busca otras rutas. Lee antes muchas novelas. Unas diez antiguas y unas diez modernas. Quedarás tan exhausto, que quizá no escribas la.novela. tu novela. Sino que es probable que desistas. Pero no. Si luego de leerlas y volverte loco quieres escribirla, entonces sigue con lecturas de poesía. De cuentos. Si no te gusta leer y menos novelas de veinte kilos por esa idea falaz de que pueden mal influenciarte, no importa. Y empieza a escribir la tuya. Puedes traerla para que te dé mi opinión. Aunque no te importen las opiniones. Bonita novela. Sí."

 

3. La antesala

La guerra fue la antesala para que Jaques, El Fatalista, se enamorara. Es lo que él cuenta. Y se lo cuenta varias veces a su amo, quien se deleita con esta narración de concatenación de hechos al parecer fortuitos, y le pide que se lo cuente de nuevo.  Esto en la novela del mismo nombre, cuyo autor es Denis Diderot, uno de los enciclopedistas franceses. 

Siempre estamos en la antesala, que significa la espera de algo que vemos se acerca, pero no llega. Y ya, a punto de alcanzarla, algo sucede, fatal, sí, o bien despertamos del sueño, o bien, cambiamos de ruta sin darnos cuenta que nos alejamos de ese algo que esperábamos con ahínco. La antesala es el lugar propio del ser humano. La sala, metáfora de felicidad, 

Así, en mi caso, la culpa de que me enamora fue la concatenación de hechos, los cuales aparentemente están disociados, y se van desencadenando desde lugares distante en epacio y tiempo para alcanzar ese punto donde las lineas paralelas dejan de serlo y confluyen en un punto. Bisabuelos migrantes del sur al norte. Migración personal del norte al sur. Un doctor en ciencias ocults, a quien me acerqué para que me orientara me dijo que debería irme. Y una buena mañana, cargado de ilusiones y tres libros(La biblia, Cien años de soledad y El declamador para principaiantes) enfilé hacia el húmedo sur, dejando atrás y sin voltear, para no convertirme en estaua de sal, dejando el calcinante y polvoso norte.

Esperamos el amor. Sí, claro. En las variantes que sean. "Cuéntame, cómo fue que te enamoraste, y por qué dices que fue a causa de la guerra", le pide el amo a Jaques El fatalista. Le responde jaques: "Todo empezó cuando pasó un regimiento frente a mi casa. Yo estaba en la acera. Como no tenía qué hacer me puso al final y marché con ellos. A la salida de la ciudad hubo enfrentamiento. Una bala me dio en la pierna. perdí el conocimiento. Cuando desperté mes estaba atendiendo la hija del doctor. Tan solo al abrir los ojos, miré cerca de mí sus prodigiosos senos, ella estaba mojando mis labios resecos con un trapo húmedo. Y me enamoré de ella. Y todo fue por culpa de la guerra".

Al recordar todo esto vino a mi mente esa afirmación rotunda de que el aleteo de un pájaro o la caída de una hoja puede ser suficiente para ocasionar un terremoto en el otro hemisferio de la tierra.

4. La poesía no sirve para nada

Aprenderse un poema en la primaria puede detonar años más tarde que se fije la persona amada en ti. Tú no lo sabes. Es la causalidad, no la casualidad. Estás en la esuela de básico, y llega el momento en que el maestro o maestra les pide que se aprendan un poema. Y buscas en un libro de literatura, o recordaste unq de la que te acuerdas un fragmento, y buscas el libro en la biblioteca de la escuela. Y lo encuentras. Y vas a la págia que sabes dónde se encuentra. Y es el poema veinte veinte del libro Veinte poemas e amor y una canción desesperada, y encuentras ese verso que no has podido olvidar de “Puedo escribir los vrsos más tristes esa noche…”, y le sacas copia, o lo anotas manuscrito en tu libreta y lo adornas con un corazón, tienes quince años, y crees que ese poema está bien. Pero aprovechas que tienes minutos libres, y revisas otros poemas por si hubiera otro mejor, y ves el Nocturno a Rosario, pues bien, yo necesito decirte que te quiero, decirte que te adoro con todo el corazón”. Y lo lees completo. Y te asomas a rimas de Gustavo Adolfo Becqer. Y te das cuenta que el lenguaje es el arma poderosa del individuo para convencer, disuadir, enamorar, concientizar, reconciliar. Y me enamoré del lenguaje. A partir de allí tuve un buen diccionario para buscar la palabra desconocida. A partir de allí buscaba libros sobre poesía tratando de meterme en ese desenfrenado lenguaje que parecía construir edificios de palbaras, sentimientos con palabras, relaciones con palabras. Y además me di cuenta que una palabra puede cmbiar el curso del río, el curso de los acontecimientos, y que te den el “sí” en una propuesta de noviazgo, que te parecía inalcansable y que se fue dando no solo en la propuesta en sí, sino en la concatenación de hechos desde tu participación en reuniones hasta siendo maestro de ceremonias en eventos del municipios y mirabas el impacto de las palabras.

 

5. El cadáver

No os asustéis, lector. Si bien dice “cadáver”, se refiere a otro tipo de cadáveres. Una vez tomando cfé con Efraín Gutiérrez, escritor tabasqueño, me dijo que escribiera una novela. Y tienes una de dos. O te enfrascas en un texto que te haga sentir bien, por los logros en la trama y en el lenguaje, con detalles en las descripciones, y lenguaje directo en los diálogos, que mandes a un concurso literario con la esperanza de ganar, aunque si no tiene amigos en los jurados nadie se va a somar a tu novela, por más esuferzo que hagas, lo mismo para publicarla, es un porcentaje dado por sabido de diez por ciento calidad y 

Noventa por ciento relaciones públicas, así que ya lo sabes. Pero tienes a fin de cuentas que lograr interesar al público. Ya es común que te digan que el primer párrafo sea atractivo, que el lector sienta más que ganas, necesidad de seguir leyendo para ver qué sigue. Eso es correcto. Recuerda el inicio de algunas novelas importantes, como esa de metamorfosis de Kafka, donde Gegorio samsa despierta una mañana y se da cuenta que está convertido en un escarabajo, algo así. Aquí el lector ya quiere saber lo que sigue, para ver cómo se va desarrollando esa inverosimil trama, pero por lo fantástico que se presenta, el lector se convierte en cómplice; y te decía, aparte de eso, tienes que ponerle tres ingredientes para darle sazón, y estos son, sexo, sangre y traición. Yo le agregaría sudor y lágrimas. M dice mientras suelta su carcajada metálica que retumba en toda el área del café donde es asiduo. Enciende otro cigarrillo con la colilla que está en su fin. Sus ojs brilla por la chispa de lo que dice, sabe de su gracia, de su dominio de la mentira bien intencionada. Y comenta de la novela que está escribiendo sobre el alcohilismo, “Escuadrón de la murte, muy singular”. Y refiere a la vida de los que toman tres veces al día, me aclara. Y si esto funciona mevoy hacer millonario porque la voy a promover para que se venda en todos los locales de Alcohólicos anónimos, que es mundial, ya me imagino traduciéndola en otros idiomas, y firmando autógrafos aquí, en atenas y en China. Y pedíamos otro café y seguíamos con la plática pasando de un tema y otro. Y yo le empezaba a contar la historia de mis enamoramientos. Y todo empezó con un cadáver exquisito.

 

6. Yo lo esperaba

Yo lo esperaba desde mucho antes. Alguien así. Sencillo y tierno. Que sepa un poco de todo. Que no se aferre a sus ideas. Que sepa escuchar. Que sepa proponer sin aferrarse a ganar en la propuesta. Y vaya que he conocido muchos por mi cara bonita. Desde los doce me di cuenta que algo había en mí que hacía que se fijaran en mí. No era el cuerpo, porque flaca he sido. Sino quizá mi forma de ser un tanto de sonrisa fácil, no fácil yo, sino esta manera de reír y mirar fijamente a quien me está platicando algo, hombres y mujeres, y graduar la risa de tal manera que no se vaya a mal interpretar que fuera burla, sino interés real por lo que está diciendo el interlocutor. Luego entré a la academía “Versalles”, cerca de mi casa. Secretariado comercial y modista. Era lo que daban. Y yo me incliné por lo de la ropa. No solo por hacerla, que ya sabía algo por mi abuelita y mamá, sino por el diseño. Me encantaba ver las revistas de las artistas y siempre me fijaba en sus vestidos y combinaciones con la joyería, o los conjuntos de faldas blusas, o pantalones y blusas, lo cual empecé a fijarme también en mis combinaciones, y a veces me enojaba porque no tenía ropa suficiente y por tanto variada, así que refunfuñando en esos días me dije que iba a aprender a hacer ropa bonita. Y me vía de grande con mi ropa caminando por las calles de mi pueblo, pero luego cambió la imagen de pueblo a ciudad. Así que entré a la Academia.

 

7. Novia mía 

Ayer acudí con el geriatra amigo (no me toca consultar aún, lo aclaro), y me  sugirió que haga ejercicios de memoria a diario y un tema muy bueno para ello, dijo, por las huellas emocionales, era recordar las novias. Y cuando digo novias, en término general me refiero a quienes quise y acaso me quisieron, fugaces acercamientos de adolescentes, efímeros noviazgos, primera parte, o pretensiones de amor eterno en muchos casos, segunda parte. 

En la frontera norte en invierno hace mucho frío, y se presta mucho para buscar entibiarnos. Uno está en secundaria. Y si es hora de clase, con la chica más cercana de la fila, sea adelante o atrás que esté ella, entonces ambos estiramos la mano y nos las frotamos en pareja. Hace calorcito, sí. Y voltea a verme con algo de esfuerzo, con el temor de estimarse el cuello. Y sonreímos. Lo mismo hacemos en el recreo. Nos sentamos apartados. Y mientras la sonrisa y la charla, por la emoción de estar cerca, nos entibian, algo muy distinto es estar tomados de la mano, y más, algo más, friccionándolas.

"Hace mucho frío", dice uno. Y ella responde: "Sí", como el guiño que corresponde al guiño, y entonces van nuestras manos al encuentro de las de ella. Los maestros nos miran y sonríen. Recuerdan su etapa personal. Y mientras el frío lo justifique, y sean además necesarias esas fricciones, para no morir helados, congelados, pues mejor que se sonrían y se tomen de las manos.  Es algo hasta como de primeros auxilios. Entonces los maestros disimulan. Y nosotros pensamos en lo tibio, y la sensación que generosa se genera dentro de nosotros, en ese despertar de lo físico, en esa conjunción del cariño, la amistad, con el tomarse de las manos. Derrotamos al frío.

Pudiendo ser nombres ficticios o no, es lo de menos. pero nombro a Fátima y Alicia, esta vez. Con Fátima fueron solo las miradas. Y el saludo de manos, que prolongábamos más tempo en términos invernales, con la sonrisa abierta, el guiño y el decirnos, buenos días, cómo está usted. Y la sonrisa, y no retirar las manos. Nos encontrábamos por al escalera del edificio de tres plantas. Y repetíamos, tomados de las manos, ambas, el cómo está usted, bien y usted. Bien, ahora mejor y usted. Más que bien y usted. Y si habíamos tenido la clase de inglés lo decíamos con el hay are you? Fine, and you. Fine, fine. Thank you.

Fátima era alta. Un año mayor que yo. Y cuando sonreía se le hacían hoyitos en las mejillas. Y lograba que me olvidara yo de fatigas, pesadumbres, preocupaciones. Hasta sentía, tomados de las manos, que andábamos volando ya en otras dimensiones. La fugacidad de los diez minutos que duraba el intermedio entre clase y clase, se me hacía apenas como si hubiera durado un minuto en la relatividad del tiempo. Y me compartía de su tortilla de harina con frijoles o carne. Y yo le compartía del atole calientito o café con leche. Y los compañeros pensaban que era mi novia. Y no lo éramos. No lo fuimos. Solo que nos gustaba encontrarnos cada cincuenta minutos en las escaleras para frotarnos las manos en el tiempo de frío, lo cual seguíamos haciendo en el tiempo de calor.

Suele suceder. Me pasó luego muchas veces. Y me pasó con Fátima- Yo la veía y ella no. Pasaba junto a mí, y parecía yo un inexistente fantasma invisible. Y yo por más que suspiraba al verla. Había leído que uno debía concentrarse en alguien, pensar mucho en esa persona para lograr que se fijara un uno. La ley de atracción, me decían. Pero nunca me funcionó ni esas ocasiones ni después. Solo que un día 10 de mayo me la encontré en el subir y bajar uno de los dos la escaleras. Y decirle felicidades. Y ella, luego de escucharme se regresó a alcanzarme para preguntarme el por qué de decirle felicidades cuando su cumpleaños era precisamente el 13 de mayo y no el 10. Y yo me armé de valor para luego salir corriendo: "felicidades mamita".

Yo 13 años. Ella 14. En el despertar de la vida, en la curiosidad del instinto, en el descubrimiento de sensaciones gratas, en el asomarse al universo luminoso de las relaciones, a la atracción por el sexo opuesto. Y Fátima no me miraba, no sabía de mi existencia. Y yo babeaba atónito y sorprendido al verla pasar, sonriente, plena, luminosa. No había nadie más para mi mirada que no fuera ella. Y pensé todo el día previo si le decía Ono, y arriesgarme a que me diera una cachetada, o me acusara con el maestro asesor o con el director. Y que llamaran a mis padres y los de ella por decirle a Fatima "mamita" el Día de las madres. Y el miedo a la expulsión por tres días o una semana. Así que ese día diez de mayo, tan pronto me crucé con ella, para decirle aquí estoy te admiro, y me gustaría que me vieras, sepas de mi existencia, había que decirle algo, llamar su atención.

Pasaron los días. Y ya cuando menos había logrado que ella me mirara, que supiera de mí. Y que viera el brillo de mis ojos al verla en el cruce de siempre en las escaleras. Y que me sonriera. Y sonreírnos. Y que no hubiera palabras. Y que no fueran necesarias las palabras. Y que la sonrisa correspondida de ambos fueran indicativos de buena vibración. Así llegó un día que yo no sabía qué se celebraba, o cayó en domingo y tono lo relacioné, que ella se asomó a la puerta. Yo estaba en clase. Y pidió al maestro que si me daba permiso de salir un momentito. Qué valor de ella. Y salí esperando quizá un reclamo. Y me entró una flor (todos necesitamos una flor) y me dio un beso en la mejilla diciéndome: "felicidades por el día de ayer, papito".

A partir de allí nos encontrábamos en la escalera en los diez minutos de entre clase y clase. Y al principio me pedía la acompañara a la cooperativa y me invitaba de lo que compraba. Platicábamos de la clase. Yo le declamaba los elementos de la tabla periódica. Ella me daba un acordeón de preguntas para que le preguntara sobre metáforas, hiperbatones, hiatos, nombres de novelas con sus autores y cosas por el estilo. O practicábamos el inglés de las clases. Y cuando llegaba la temporada de frío fue cuando empezamos decirnos que estaba muy frío todo, y para demostrarlo me toca la cara con su mano fría, y luego yo a ella, hasta que encontramos la fórmula de fraccionar nuestra manos, yo las de ellas. A veces Hera atraparle una como mariposa al vuelo, y luego acariciarla solo por el tema del frío, y luego ella a una de las mías. O dos.

Una de esas veces me dijo que iba a participar en el concurso de declamación. Y me invitó a participar. Ella tenía una memoria prodigiosa. Así que se andaba aprendiendo Los motivos del lobo. Y yo busqué una de Gustavo Adolfo Becqer, solo para participar por sugerencia de ella. Pero que va. Mientras yo la escuchaba fluida en los versos del interminable poema de Darío. Yo apenas me trababa en el verso quinto de Para que lo leas con tus ojos grises hice mis versos yo. Luego ya adentrados en el gusto por la poesía. Meses después me aprendí una buena parte, como la mitad, del Nocturno a Fátima, que diga a Rosario, de ManuelAcuña. Pues bien, Fátima, yo necesito decirte que te quiero. Y ella se reía cuando yo le cambiaba el nombre. Y luego ella empezaba a declamar. "Ya no te quiero o tal vez te quiero".

Fue allí con ella, al relacionar los poemas aprendidos, con Fátima como me creo inició en mí el gusto por la literatura. Y aunque tan solo al salir de la secundaria dejamos de vernos. Siempre guardo el mejor recuerdo de esos dos años que fuimos amigos cercanos. Y que ciertamente no pasamos de agarrarnos de la mano, y acaso un beso fugaz, con el miedo de que nos vieran y nos expulsaran . Si ella me lee seguro ha de acordarse. Y trataré seimpre de seguir recordando y repitiendo esta parte para que mi memoria se mantenga lo más intacta posible.

 

8. Alicia

Alicia es nombre real, no ficticio, por supuesto. Pero asimismo digamos que es ficticio. Ella era un torbellino en alegría. Parecía tener dibujada la sonrisa en su bello rostro. Y siempre, si se le veía de lejos o cerca, estaba con la palabra en la boca. Estaba con una persona. O con varias. Y parecía que las demás no hablaban. Morena era y con cabello tupido color negro intenso que hasta azuleaba con los rayos del sol. Ella estaba en segundo. Yo en tercero de secundaria. Un buen día Cupido flechó en eso parecido a lo que se llama amores a primera vista. Tú te llamas Alicia, lo sé, porque he preguntado por ti a tus amigas. Me presento, yo soy Antonio. Quién lo dijera. Te he visto, siempre, me dijo sorprendiéndome. Yo igual, le correspondí con el halago a manera de piropo disimulado. A partir de allí nos hicimos excelentes amigos. Yo miraba el color de su uniforme rosa, falda con pechera apretada, en la que resaltaba su desarrollo de adolecente. Una vez se lo hice, imprudente, notar. Ella solo sonrió, como diciendo, por allí va la cosa. Seguro que les sucede a las mujeres -yo no sé- como a los hombres en esa edad en la que deseamos, con el alma y el cuerpo alterándose, ser más grandes, para disfrutar lo que nuestra imaginación e instinto dicen que sucede a los que tienen cinco o seis años más que los trece o catorce de edad que tenemos. Porque además veíamos las tardes o noches, en los parques apartados, en las esquinas oscuras, o en los bailes a parejas mayores de edd -18 y más- abrazados, besándose, sabiendo que hay calorcito tibio y sabroso para el gozo en estar los cuerpos juntos y muy juntos. 

Alicia sonrió cuando le hice notar de la presión que se veía en su pechera del uniforme. El reconocimiento que ya no era una niña. Y que los ojos que lo notabn asimismo tampoco eran de un niño de doce años. Así que nos caímos bien en ese descubrimiento recíproco. Yo sentía gran cariño por Fátima, pero ya no estaba en la escuela ya había egresado, y no la vi nunca más. Que su familia se fue para los Estados Unidos. 

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