Novia mía
1
A manera de justificación les comento que antier acudí con el geriatra amigo (no me toca consultar aún, lo aclaro), y me sugirió que haga ejercicios de memoria a diario y un tema muy bueno para ello, dijo, por las huellas emocionales, era recordar las novias. No puedo escribir nombres en relación a ellas, como es entendible. Aunque de algunas de ellas nunca más supe nada. Y espero que estén bien. Y cuando digo novias, en término general me refiero a quienes quise y acaso me quisieron, fugaces acercamientos de adolescentes, efímeros noviazgos, primera parte, o pretensiones de amor eterno en muchos casos, segunda parte. Lo cuento para refrescar mi memoria.
2
En la frontera norte en invierno hace mucho frío, y se presta mucho para buscar entibiarnos. Uno está en secundaria. Y si es hora de clase, con la chica más cercana de la fila, sea adelante o atrás que esté ella, entonces ambos estiramos la mano y nos las frotamos en pareja. Hace calorcito, sí. Y voltea a verme con algo de esfuerzo, con el temor de estimarse el cuello. Y sonreímos. Lo mismo hacemos en el recreo. Nos sentamos apartados. Y mientras la sonrisa y la charla, por la emoción de estar cerca, nos entibian, algo muy distinto es estar tomados de la mano, y más, algo más, friccionándolas.
3
"Hace mucho frío", dice uno. Y ella responde: "Sí", como el guiño que corresponde al guiño, y entonces van nuestras manos al encuentro de las de ella. Los maestros nos miran y sonríen. Recuerdan su etapa personal. Y mientras el frío lo justifique, y sea además necesarias esas fricciones, para no morir helados, congelados, pues mejor que se sonrían y se tomen de las manos. Es algo hasta como de primeros auxilios. Entonces los maestros disimulan. Y nosotros pensamos en lo tibio, y la sensación que generosa se genera dentro de nosotros, en ese despertar de lo físico, en esa conjunción del cariño, la amistad, con el tomarse de las manos. Derrotamos al frío.
4
Pudiendo ser nombres ficticios o no, es lo de menos. pero nombro a Fátima y Alicia, esta vez. Con Fátima fueron solo las miradas. Y el saludo de manos, que prolongábamos más tempo en términos invernales, con la sonrisa abierta, el guiño y el decirnos, buenos días, cómo está usted. Y la sonrisa, y no retirar las manos. Nos encontrábamos por al escalera del edificio de tres plantas. Y repetíamos, tomados de las manos, ambas, el cómo está usted, bien y usted. Bien, ahora mejor y usted. Más que bien y usted. Y si habíamos tenido la clase de inglés lo decíamos con el how are you? Fine, and you. Fine, fine. Thank you.
5
Fátima era alta. Un año mayor que yo. Y cuando sonreía se le hacían hoyitos en las mejillas. Y lograba que me olvidara yo de fatigas, pesadumbres, preocupaciones. Hasta sentía, tomados de las manos, que andábamos volando ya en otras dimensiones. La fugacidad de los diez minutos que duraba el intermedio entre clase y clase, se me hacía apenas como si hubiera durado un minuto en la relatividad del tiempo. Y me compartía de su tortilla de harina con frijoles o carne. Y yo le compartía del atole calientito o café con leche. Y los compañeros pensaban que era mi novia. Y no lo éramos. No lo fuimos. Solo que nos gustaba encontrarnos cada cincuenta minutos en las escaleras para frotarnos las manos en el tiempo de frío, lo cual seguíamos haciendo en el tiempo de calor.
6
Suele suceder. Me pasó luego muchas veces. Y me pasó con Fátima- Yo la veía y ella no. Pasaba junto a mí, y parecía yo un inexistente fantasma invisible. Y yo por más que suspiraba al verla. Había leído que uno debía concentrarse en alguien, pensar mucho en esa persona para lograr que se fijara un uno. La ley de atracción, me decían. Pero nunca me funcionó ni esas ocasiones ni después. Solo que un día 10 de mayo me la encontré en el subir y bajar uno de los dos la escaleras. Y decirle felicidades. Y ella, luego de escucharme se regresó a alcanzarme para preguntarme el por qué de decirle felicidades cuando su cumpleaños era precisamente el 13 de mayo y no el 10. Y yo me armé de valor para luego salir corriendo: "felicidades mamita".
7
Yo 13 años. Ella 14. En el despertar de la vida, en la curiosidad del instinto, en el descubrimiento de sensaciones gratas, en el asomarse al universo luminoso de las relaciones, a la atracción por el sexo opuesto. Y Fátima no me miraba, no sabía de mi existencia. Y yo babeaba atónito y sorprendido al verla pasar, sonriente, plena, luminosa. No había nadie más para mi mirada que no fuera ella. Y pensé todo el día previo si le decía Ono, y arriesgarme a que me diera una cachetada, o me acusara con el maestro asesor o con el director. Y que llamaran a mis padres y los de ella por decirle a Fatima "mamita" el Día de las madres. Y el miedo a la expulsión por tres días o una semana. Así que ese día diez de mayo, tan pronto me crucé con ella, para decirle aquí estoy te admiro, y me gustaría que me vieras, sepas de mi existencia, había que decirle algo, llamar su atención.
8
Pasaron los días. Y ya cuando menos había logrado que ella me mirara, que supiera de mí. Y que viera el brillo de mis ojos al verla en el cruce de siempre en las escaleras. Y que me sonriera. Y sonreírnos. Y que no hubiera palabras. Y que no fueran necesarias las palabras. Y que la sonrisa correspondida de ambos fueran indicativos de buena vibración. Así llegó un día que yo no sabía qué se celebraba, o cayó en domingo y tono lo relacioné, que ella se asomó a la puerta. Yo estaba en clase. Y pidió al maestro que si me daba permiso de salir un momentito. Qué valor de ella. Y salí esperando quizá un reclamo. Y me entró una flor (todos necesitamos una flor) y me dio un beso en la mejilla diciéndome: "felicidades por el día de ayer, papito".
9
A partir de allí nos encontrábamos en la escalera en los diez minutos de entre clase y clase. Y al principio me pedía la acompañara a la cooperativa y me invitaba de lo que compraba. Platicábamos de la clase. Yo le declamaba los elementos de la tabla periódica. Ella me daba un acordeón de preguntas para que le preguntara sobre metáforas, hiperbatones, hiatos, nombres de novelas con sus autores y cosas por el estilo. O practicábamos el inglés de las clases. Y cuando llegaba la temporada de frío fue cuando empezamos decirnos que estaba muy frío todo, y para demostrarlo me toca la cara con su mano fría, y luego yo a ella, hasta que encontramos la fórmula de fraccionar nuestra manos, yo las de ellas. A veces Hera atraparle una como mariposa al vuelo, y luego acariciarla solo por el tema del frío, y luego ella a una de las mías. O dos.
10
Una de esas veces me dijo que iba a participar en el concurso de declamación. Y me invitó a participar. Ella tenía una memoria prodigiosa. Así que se andaba aprendiendo Los motivos del lobo. Y yo busqué una de Gustavo Adolfo Becqer, solo para participar por sugerencia de ella. Pero que va. Mientras yo la escuchaba fluida en los versos del interminable poema de Darío. Yo apenas me trababa en el verso quinto de Para que lo leas con tus ojos grises hice mis versos yo. Luego ya adentrados en el gusto por la poesía. Meses después me aprendí una buena parte, como la mitad, del Nocturno a Fátima, que diga a Rosario, de ManuelAcuña. Pues bien, Fátima, yo necesito decirte que te quiero. Y ella se reía cuando yo le cambiaba el nombre. Y luego ella empezaba a declamar. "Ya no te quiero o tal vez te quiero".
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